
- La moda deja atrás las etiquetas para convertirse en un lenguaje de libertad y autenticidad.”
Por Jaqueline Longino
Siempre me ha parecido curioso cómo las tiendas de ropa nos obligan a elegir pasillos: el de mujeres o el de hombres. Como si nuestra identidad pudiera reducirse a un par de percheros. ¿De verdad la ropa necesita género, o somos nosotros quienes insistimos en ponerle límites a algo que nació para expresar libertad?
La moda sin género no es un invento nuevo ni una rebeldía pasajera. Basta mirar atrás: en el siglo XVII los hombres europeos usaban tacones como símbolo de estatus, y en muchas culturas, desde el kilt escocés hasta las túnicas griegas y romanas, las faldas jamás fueron exclusivas de lo femenino. La historia nos lo recuerda, pero la industria insiste en dividir lo que nunca debió separarse.
Lo que hoy vemos en artistas como Harry Styles o Rosalía no es extravagancia, es valentía. Porque usar un vestido siendo hombre, o un traje oversized siendo mujer, no es disfrazarse: es reclamar el derecho a vestirnos como nos dé la gana.
La moda sin género se vende como un concepto “nuevo”, y las marcas de lujo la convierten en tendencia solo cuando les resulta rentable. ¿Qué tan inclusiva es la moda sin género si solo está al alcance de unos pocos? El discurso de libertad pierde fuerza si no cruza del escaparate exclusivo a la vida cotidiana.
Aun así, algo está cambiando. Las nuevas generaciones parecen menos interesadas en etiquetas y más en autenticidad. Y quizá ahí está la verdadera revolución: no en una prenda específica, sino en la posibilidad de decidir qué queremos ponernos sin pedir permiso.
La ropa no tiene género, nosotros se lo ponemos. Y vestir sin miedo es el primer acto de libertad.

