
@Santana_mexa
La palabra «moda» carga con un estigma. Para muchos, es superficialidad, consumismo desenfrenado y una vanidad hueca. Se le asocia con la frivolidad de las pasarelas, con tendencias absurdas que cambian a una velocidad vertiginosa y con una industria que a menudo parece desconectada de la realidad. Esta «mala prensa» es tan persistente que admitir un interés genuino en la moda puede ser visto como una confesión de banalidad. Sin embargo, reducir la moda a su caricatura más comercial es ignorar una de las formas de expresión más humanas que existen, es un lenguaje sin palabras.
Desde que el ser humano tuvo la necesidad de cubrirse, la vestimenta ha sido mucho más que una simple protección contra los elementos. Cada prenda que elegimos, cada color que combinamos, cada silueta que adoptamos nos dice algo. Comunicamos quiénes somos, a qué grupo pertenecemos (o aspiramos a pertenecer), nuestro estado de ánimo e incluso nuestras convicciones políticas o sociales. Un traje pulcro puede proyectar autoridad y profesionalismo; unos jeans rotos y una camiseta de una banda pueden ser un grito de rebeldía juvenil. No necesitamos decir una palabra para que nuestra ropa hable por nosotros.
Este lenguaje no es solo personal; es colectivo y funciona como un espejo de su tiempo. La moda es un termómetro social que registra las ansiedades, aspiraciones y cambios de una era. Las mujeres «flapper» de los años 20, con sus vestidos cortos y siluetas andróginas, encarnaban la nueva libertad femenina tras la Primera Guerra Mundial. El movimiento punk de los 70 utilizó alfileres, cuero y tartán para construir un manifiesto visual contra el sistema. Los trajes con hombreras de los 80 reflejaban la ambición y la entrada de la mujer en el mundo corporativo. Desestimar estos fenómenos como simples «modas» es perderse una crónica visual de nuestro propio devenir humano.
Es cierto que la industria de la moda tiene un lado oscuro. La explotación laboral del fast fashion y la presión por consumir constantemente son problemas reales y graves. No obstante, es crucial distinguir entre la moda como concepto y lenguaje, y la industria en su faceta más depredadora. Criticar la industria es necesario, pero usar sus fallos para invalidar el acto humano de vestirse con intención es un fatal error. Es como culpar al lenguaje por la existencia de la propaganda.
El deseo de adornar el cuerpo, de presentarnos al mundo de una manera particular, es una pulsión intrínseca a nuestra especie, presente en todas las culturas a lo largo de la historia. Es una forma de creatividad medianamente, accesible para todos, un ritual diario que nos permite jugar con nuestra identidad y sentirnos parte de algo más grande.
La próxima vez que elijamos qué ponernos, recordemos que no solo nos estamos vistiendo; estamos eligiendo qué decir al mundo. Y eso, lejos de ser frívolo, es profundamente humano.