
- Alistair Kitchen, un periodista australiano de 33 años, fue detenido y deportado de Estados Unidos por su trabajo periodístico sobre protestas estudiantiles pro Palestina.
Ciudad de México, 21 de junio (SinEmbargo).– El Departamento de Seguridad Nacional de Kristi Noem, que rige la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza (CBP por sus siglas en inglés), sostiene que cualquier acusación de arresto por opiniones políticas es falsa. Sin embargo, a medida que se intensifica la implementación de la política migratoria estadounidense surgen relatos que contradicen esa afirmación. En uno de los casos más recientes, el periodista australiano Alistair Kitchen narra en la revista The New Yorker cómo un reportaje que escribió años atrás sobre las manifestaciones en la Universidad de Columbia, de Nueva York, en solidaridad con Gaza, le valieron ser cazado y deportado.
“Cuando me detuvo la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza la semana pasada, después de volar a Los Ángeles desde Melbourne (Australia), un agente fronterizo me explicó por qué me habían sacado de la aduana. ‘Mire, ambos sabemos por qué está aquí’, me dijo el agente. Se identificó como Adam, aunque sus colegas se referían a él como el oficial Martínez. Cuando le dije que no, pareció sorprendido. ‘Es por lo que escribió en línea sobre las protestas en la Universidad de Columbia’”, narra Kitchen.
El periodista australiano de 33 años cuenta en un amplio artículo en The New Yorker cómo lo estaban esperando cuando bajó del avión: “El oficial Martínez me interceptó antes de entrar al procesamiento primario y me llevó inmediatamente a una sala de interrogatorios en la parte trasera, donde me quitó el teléfono y me exigió mi contraseña. Cuando me negué, me dijeron que me enviarían de vuelta a casa inmediatamente si no cumplía. Debería haber aceptado ese trato y haber optado por la deportación rápida”.
En efecto, Alistair Kitchen expone cómo todo se fue descomponiendo. Primero, recuerda, el oficial Martínez le realizó una primera “entrevista” en la que lo cuestionó exhaustivamente sobre su reportaje, pero también le preguntaron qué opinión tenía de Israel, Hamás y los manifestantes estudiantiles. “Me preguntó si tenía amistad con algún judío. Me preguntó mi opinión sobre la solución de un solo Estado frente a la de dos. Me preguntó quién tenía la culpa: Israel o Palestina. Me preguntó qué debería hacer Israel de forma diferente”.
Ya convertida la entrevista en interrogatorio, el agente de aduanas le pidió que nombrara a los estudiantes que participaron en las protestas, que le dijera a qué grupos de WhatsApp de estudiantes manifestantes pertenecía él. Además le pidió quién le había dado «la información» sobre las protestas y que revelara la identidad de las personas con las que «trabajaba».
“Por desgracia para el agente Martínez, no trabajé con nadie. Participé en las protestas como periodista estudiantil independiente, y un día me topé con tiendas de campaña en el jardín. Mis escritos, todos los cuales ahora están disponibles públicamente, eran ciertamente comprensivos con los manifestantes y sus demandas, pero contenían una documentación precisa y honesta de los sucesos en Columbia. Ese, por supuesto, era el problema”, narra en The New Yorker.
Alistair Kitchen reconoce que cuando en febrero pasado reservó su viaje de Melbourne a Nueva York, con escala en Los Ángeles, optó por no llevar un teléfono desechable, creyendo que despertaría sospechas, y sólo decidió limpiar superficialmente mi teléfono y mis redes sociales. “Diseñé mi estrategia basándome en la comprensión que había desarrollado, tras vivir cinco años en Estados Unidos y viajar entre Estados Unidos y Australia una y otra vez, de que la CBP era fundamentalmente rudimentaria y improvisada en sus métodos, y que tendría que tener muy mala suerte para que me registraran”.
Se equivocó en esta ocasión.
Kitchen asegura que la CBP se había preparado mucho antes de su llegada luego de que presentara su solicitud en el ESTA, el sistema por el cual muchos turistas pueden visitar Estados Unidos bajo el programa de exención de visa. “Quizás la CBP ahora tiene la destreza tecnológica para verificar el historial web de cada solicitante del ESTA. O, quizás, aparecí en una lista —proporcionada por la organización ultraderechista proisraelí Betar US a representantes de la Administración Trump— de titulares de visas que esperaban ser deportados. En cualquier caso, un funcionario del gobierno estadounidense debió haber leído mi trabajo y decidido que no era apto para entrar al país”.
Lo que siguió fue una revisión exhaustiva de su celular, una revisión que se extendió por más tiempo del normal, y que finalizó con la acusación de que había consumido droga en Estados Unidos y no lo había reportado en su solicitud de ESTA. Ese fue el detonante de su detención y deportación.
“Martínez y otro oficial me llevaron por la espalda, me empujaron contra la pared y me cachearon. Martínez se aseguró de que no llevara ningún arma entre el pene y el escroto. Me quitaron los cordones de los zapatos y el cordón de los pantalones elásticos, probablemente para que no pudiera ahorcarme. Esto me pareció una precaución excesiva, pero al entrar en la sala de detención cambié de opinión. Estábamos tan adentro del edificio, y tan claramente bajo tierra, que la sola idea de una ventana empezó a parecerme algo de un sueño medio olvidado”, narra en The New Yorker.
Alistair Kitchen relata que a los detenidos les prohibían hablar entre ellos, hasta que se percató que la CBP debía regirse por algún procedimiento interno. “Me acerqué al guardia para preguntarle si había alguna manera de que me permitieran informar al exterior sobre mi detención. ‘Puede llamar a su consulado’, me dijo. Ejercí ese derecho de inmediato. Marcó el número y me quedé allí, de pie ante su escritorio, hablando en voz alta para que los demás, que dudaba que hubieran sido informados sobre su derecho, pudieran oírme. La mujer al otro lado del teléfono me dijo que, con toda probabilidad, estaría en un avión esa misma noche, unas seis horas después, y que, si me sabía de memoria el número de alguno de mis contactos, ella se lo notificaría. Así fue como mi madre se enteró”.
“Unas tres horas después, tras desmayarme en una camilla en el centro de detención, un oficial gritó y me despertó. Me llevaron a otra sala y me sometieron a una segunda entrevista, una que desconocía, en la que repitieron las mismas preguntas de la primera. Perdí la paciencia con este nuevo tipo, el agente Woo.’»Si ya me va a deportar’, le pregunté, ‘¿por qué debería responder a sus preguntas?’ Pareció sorprendido. ‘Todavía no hemos decidido si lo vamos a deportar’, dijo. Luego hizo una pausa. ‘Pero viendo su expediente… entiendo por qué el otro agente le dijo que se iba a casa’”, recuerda.
Lo que siguió fue una segunda “entrevista” en la que tuvo que aclarar al agente Woo que las manifestaciones en Columbia eran protestas «por la paz» y no a favor de Hamás. “Me sorprendió la inocencia con la que respondió a una pregunta que me pareció tremendamente absurda. No pudo soportar la mirada que le dirigí, una mirada entre horror, exasperación y furia, y, avergonzado, comenzó a reír”.
“Finalmente me subieron a un avión. Era, efectivamente, el siguiente vuelo de Qantas, el QF94, a las 21:50 del 12 de junio, aproximadamente veintisiete horas desde que salí de Melbourne y doce desde que llegué a Los Ángeles. Dos guardias de la CBP fuertemente armados me sacaron de la sala de detención y me condujeron por las entrañas del aeropuerto, para luego, de repente, a las brillantes luces de las tiendas libres de impuestos, y finalmente a la puerta de embarque, donde, mientras estaba con los guardias al frente de la fila, vi a mis compatriotas embarcar uno a uno. Esta puerta de embarque en Los Ángeles es famosa para los muchos australianos que la han pasado de camino a casa. Creo que el gesto de los guardias armados de la CBP pretendía ser una especie de humillación, pero sentí tal oleada de amor y respeto por mi gente que empecé a sonreír y a bromear con los pasajeros al pasar. A los guardias no les gustó. Cuando el avión estuvo cargado, finalmente me permitieron subir”, comparte.