Pies Desnudos

NIÑOS nota

 Por Sabino Zetina Fuentes

—¡Gua gua, gua gua, gua gua!—ladró Mimícon intensidad. La perrita no despegaba la mirada del hoyo que rascó en el jardín para refrescarse en días calurosos. Mientrasdormía en su casa, protegiéndose del frío, entró en él una familia de duendes.

La llegada de la familia duendesina a la casa de Ramón, coincidió con la entrada de un frente frío, que los puso a titiritar.

—¡Brrr, brrr, brrr!—hasta todo el cuerpo se les estremecía.

Por las bajas temperaturas, lasnaricesse les pusieronrojas; las manos y los pies desnudos de los duendes se les empezaron a entumir.

Papá y mamá duendes empezaron a acurrucar a sus hijos, sin embargo,sus abrazos no fueron suficientes para calmar el frío.

—¡Brrr, brrr, brrr!—se escuchaba constantemente en el refugio.

Papá duendeera gordo y, cuando usaba playeras cortas, dejaba el ombligo al descubierto. Además, era chimuelo, en una ocasión jugó con los demás duendes a las escondidillas, tropezó con unapiedra caliza y se tumbó dos dientes de enfrente.

—¡No hagan tanto ruido, si no, nos van a echar de aquí! —recomendó Papá duende.

El titiriteo de los duendes, hizo que el ¡gua gua, gua gua! de Mimí fuera más agresivo.El papá de Ramón, al escuchar los ladridos de la perra, se levantó, pero no vio nada extraño, entonces regresó a la cama.

Papá duende no pudo dormir por ver a su familia sufriendo. Estaba tan preocupado que se paró en la entrada del hoyo. De pronto¡ sus ojos se llenaron de alegría y soltó una sonrisa que hasta dejó ver la dentadura chimuela!, porque desde ahí pudo mirarropa colgada en el tendedero del jardín.

En silencio, y escondiéndose tras las crotones y potos para no ser visto por Mimí, se dirigió al tendedero.Después de salto tras salto, pudo descolgar unos pares de calcetines, e inmediatamente  losrepartió a cada uno de los miembros  de su familiapara usarlos como costales para dormir. Solo así, pudieron dormir a pierna suelta por el resto de la noche.

Al amanecer, la mamá de Ramón fue al tendedero a recoger los calcetines para vestir a su hijo y llevarlo a la escuela. ¡Vaya sorpresa! No encontró los que ella había lavado la tarde anterior.

—¡Ramón, Ramón!—grito la mamá—, ¡no hay ningún calcetín colgado en el tendedero!

—¡Qué les habrá pasado,ma!—respondió Ramón desde el interior de la casa.

—¡Pues no sé, faltan todos los calcetines. Algo pasó en la noche!

—¡La Mimí los habrá descolgado!—dijo Ramón entre sollozos—o alguien entróa robarlos. ¡Y también estaban los de mis héroes favoritos. Sí, alguien robó mis calcetines!—replicó, casi a gritos, mientras gordas lágrimas se escurrieron por sus mejillas.

Desde el hoyo que rascó Mimí, Papá duende oía a Ramón muy preocupado:

—¿Escucharon?—dijo Papá indignado—¡están diciendo que somos rateros de calcetines!

Pero… si no los tomara, mis hijos se iban a morir de frío, pensó.

Los miembros de la familia duendesinaguardaron silencio, mientras se miraban suspies, ninguno los tenía desnudos, pues Papá duende había roto unos calcetines para cubrirlos del intenso frío.

Ramón pasó todo el día en la escuela pensando en sus calcetines perdidos. Así que, por la tarde,cuando sus papás regresaron del trabajo, hicieron la comida y se acostaron a su siesta habitual, él subió a su recámara para intentar descubrirquién había robado los calcetines. Ramón era un niño muy curioso. Después de un rato de estar mirando  hacia el jardín, notó desde la ventana a unos diminutos seres que él nunca había visto, salían y entraban del hoyo en el jardín.

Como un rayo, Ramón bajó de su recámara y en un instante ya estaba al pie del lugar donde había visto a esos seres extraños.

Cuando Papá duende salió del refugio, enseñando el ombligo y la dentadura chimuela, a Ramón le entró mucho miedo, quiso echarse a correr o gritarle a sus papás para que salieran a ver lo que estaba sucediendo.

—¡No tengas miedo, amiguito Ramón! —dijo Papá duende.

El niño se quedó sorprendido cuando el duende dijo su nombre.

—¿Y por qué sabes mi nombre?

—Tenemos el don de saber el nombre de los niños que se portan bien con nosotros—dijo, viéndolo a los ojos—. Sólo quiero disculparme, no somos rateros de calcetines. Los tomé, porque estaba en riesgo mi familia, se iba a morir de frío.

—¿Pero ustedes quiénes son?—dijo con mucha firmeza— ¿De dónde vienen?

De pronto, Ramón se vio rodeado de la familia de duendes y miró que todostenían los pies cubiertos con pedazos de sus calcetines. Estos le empezaron a decir:

—Nosotros vivíamos en una parte de la selva, junto a otras familias de duendes. Nuestra tarea en la vida es cuidar de las plantas y de los animales de los bosques y selvas—sus ojos se empezaron a llenar de lágrimas—. Además, nos encanta hacer travesuras, desde el alba hasta que el sol se pone en el horizonte. Somos incansables, todo el día lo pasábamos cantando y jugando rondas.Pero esa felicidad, fue interrumpida porque llegaron muchos hombres conunas máquinas enormes —Papá duende extendió sus brazos a todo lo que dan para ilustrarle el tamaño—,con unos dientes grandes, muy grandes, cortaron y tiraron los árboles que encontraron a su paso. Esas máquinasechaban humo que salía de su nariz ynuestras casas fueron destruidas, nuestras familiares y amigos tomaron otros rumbos. Tuvimos que caminar con los pies desnudos muchos kilómetros.

Papá duende siguió narrando, mientras Ramón se sentó en el pasto para mirarlos cara a cara. El niño notaba cierta semejanza con aquel ser extraño. También él, cuando se ponía playera corta, dejaba el ombligo al descubierto. Lo que más le gustaba era llegar de la escuela, aventar los zapatos y pasar toda la tarde descalzo, porque el calor intenso lo obligaba a andar así.

—Mira a mis hijos, tienen los pies llenos de heridas—dijo con voz entrecortada.

Ramón quiso llorar, pero se aguantó y sólo tragó saliva.

El duende continuó narrando.

—Por eso llegamos aquí. Mañana seguiremos caminando para encontrar un lugar seguro—le explicó sin titubear—. Y antes de irnos, te voy a dar tres donescomo agradecimiento por los calcetines que tomé anoche—concluyóPapá duende.

La familia duendesina rodeó a  Ramón y  Papá duende, lecolocó su diminuta mano encima de la cabeza del niño.

—El primero don: de hoy en adelante, verás las estrellas con luz más intensa; te van a hacer guiños para que dirijas tu mirada a ellas.El segundo don, consiste en que te van a gustar las plantas y animales. Cuando veas que sus ramas seestén moviendo, no es otra cosa que un saludo. Cuando escuches el ladrido del perro, el maullar del gato, el relinchar del caballo, el zumbido de la abeja, el chirriar de la cigarra, el cantar del grillo… es porque quieren comunicarse contigo, poco a poco vas a empezar a descifrar su significado.

Mientras Papá duende le dictaba los dones, Ramón empezó a sentir una sensación de tranquilidad, su mirada y sus oídos se volvieron más agudos. Entonces se le quedó viendo a los ojos al duende.

—Y el tercer don, será muy especial, te va a gustar leer aventuras de cuentos mágicos; al momento de abrir un libro, los personajes cobrarán vida, saldrán a jugar contigo y otros te invitarán a que leas sus historias.

—O sea, ¿qué me gustará ver las estrellas, sembrar plantas y árboles y leer muchos libros mágicos?—preguntó Ramón.

Papá duende asistió con la cabeza.Ramón estuvo a punto de hacerle otra preguntaal duende pero…

— ¡Ramón, Ramón!  ¿Dónde estás?,¡Baja de tu recámara,vamos a ir al parque!—dijo su papá desde el interior de la casa.

La pregunta que iba a hacerle a Papá duende se le quedó en la bocasin salir.

—¡Nos vamos, Ramón, nos vamos, no queremos que nos vea la gente adulta porque no cree que existimos, nos tenemos que ir ya!—dijo el duende muy preocupado, rascándose la cabeza.

Corrieron detrás de las crotones y potos a esconderse para no ser vistos por el papá de Ramón. El niño quiso ir tras ellos, pero cuando llegó a donde se habían escondido, ya no había nadie, como si la tierra se los hubiera tragado.

Mientras caminaban al parque, Ramón le dijo a su mamá:

—¡Oye mamá, creo que mis calcetines se volaron por el viento tan fuerte que hubo anoche!

—¡Tienes razón, y nosotros pensando que alguien entró a robarte tus calcetines! — dijo la mamá.

A partir del día siguiente, cada tarde, mientras sus papás hacían la siesta, Ramón se colocaba en la ventana que da al jardín, esperando a que salieran los seres diminutos, sin despegar un ojo en el hoyo que Mimí rascó para refrescarse en los días calurosos.

Carlos H.


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