
Por Ruperto Retana Ramírez
La Cumbre de las Américas convocada por EE. UU. y que se llevará a cabo del 6 al 10 de junio en Los Ángeles, California, ha generado una rebelión en su antiguo “patio trasero”. El motivo es que no se invitó a Cuba, Venezuela y Nicaragua, por ser catalogados por el gobierno estadounidense como países que no comparten los valores de la democracia. La rebelión la inició el presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, bajo la consideración de que no tiene por qué haber exclusiones, respetarse la soberanía de todo país y buscar la unidad de “toda América”. Ha reiterado que, de no invitarse a todos los países, entonces él no asistiría y mandaría en su representación al canciller Marcelo Ebrard.
Este posicionamiento realizado el 10 de mayo, pronto abrió un debate en el que se expresaron diversos mandatarios latinoamericanos, la mayoría de los cuales lo hizo a favor de la inclusión de todos los países, dando un revés a la política exclusionista del gobierno de Biden. Pocos antecedentes existen, salvo la condena al bloqueo de Cuba, en los que tantos mandatarios latinoamericanos se hayan manifestado contra la decisión de un mandatario estadounidense.
Los presidentes de Argentina, Bolivia, Chile, Perú, Guatemala, Honduras y la Comunidad del Caribe (Caricom) que integra a 15 naciones, se expresaron públicamente contra la exclusión. Sin embargo, los mandatarios difieren en asistir o no a la cumbre; Bolivia, Honduras y Guatemala, más los países caribeños, han coincidido con la postura de López Obrador, no así el presidente chileno, Gabriel Boric; mientras que el presidente argentino, Alberto Fernández, mantiene en suspenso su participación, no obstante haber sido visitado por el enviado especial de Biden, Christopher Dodd. Por su parte, el brasileño Jair Bolsonaro, muy cercano al entonces presidente Trump y distanciado de Biden, había decidido no asistir, pero después de que lo visitara un enviado especial del mandatario estadounidense, cambió de parecer.
En tanto que los mandatarios de Cuba, Venezuela y Nicaragua, como era de esperarse, criticaron en duros términos la decisión de Washington de no invitarlos; asimismo han expresado que por ningún motivo asistirán a la citada cumbre. Si sumamos estos tres países a los que se han manifestado abiertamente por la no exclusión, tenemos un buen conglomerado que cuestiona dicha cumbre, por lo que difícilmente obtendrá los mejores resultados en los temas de su agenda, tales como el combate al COVID, inmigración, recuperación económica y fortalecimiento de la democracia. De tal manera que ya se encuentra seriamente cuestionada y, en consecuencia, el propio presidente Biden, que además enfrenta la presión de los republicanos en la perspectiva de las próximas elecciones intermedias en noviembre y buscarán sacar provecho buscando debilitar a Biden, cuya popularidad ha caído al 39%, según encuesta de The Associated Press-NORC Center for Public Research. Por si fuera poco, no hay unanimidad entre los legisladores de su partido, toda vez que un grupo de 15 le solicitó reconsiderar su postura de no invitar a los líderes de Estado de Cuba, Nicaragua y Venezuela, ya que consideran que la exclusión sería un obstáculo para posicionar a Estados Unidos en la región.
No obstante, Biden sabe que de no entregar buenas cuentas dejará un espacio que aprovecharán sus adversarios; de aquí que recurra a la presión sobre los mandatarios latinoamericanos a través de sus enviados especiales. En el caso de México ha sido más bien el embajador Ken Salazar.
Biden tiene a su disposición muchos medios para presionar e incluso chantajear: inversiones, comercio, aranceles, apoyos a las agrupaciones y partidos opositores, etc. Aunque la guerra en Ucrania y la presencia de China y Rusia en el área le obliga a ser más cuidadoso en las relaciones con su patio trasero, aunque diga que ya es más bien el “patio delantero de los Estados Unidos”.
En el caso de esta cumbre, no se entendería la rebelión si no hubiera tantos mandatarios de izquierda, que son los que se han sumado a la crítica realizada por el presidente mexicano, aunque no todos compartan el no asistir. Las excepciones son Guatemala que tiene un gobierno conservador y la mayoría de los pequeños países del Caricom.
AMLO está todavía a la espera de que el presidente estadounidense responda su solicitud de invitar a Cuba, Nicaragua y Venezuela, independientemente de que vayan o no a la cumbre. Sin duda es una de las decisiones más difíciles y complicadas de política exterior que muy pronto tomará, dado que están en juego las relaciones con el poderoso vecino y principal socio comercial, por un lado, y las relaciones con los países hermanos de Latinoamérica, por el otro.
En este último caso, se trata a mi parecer, de que comulga con la aspiración de una Latinoamérica unida, priorizando lo que la une y no lo que la divide, pues esta segunda opción es la que se ha impuesto en su historia política, obedeciendo más a los intereses norteamericanos. En diversas ocasiones ha señalado que se trata de hacer una organización similar a la Unión Europea, capaz de competir a nivel global. Ahora puede parecer una utopía más, pero sin utopías no hay futuro compartido en esta región del mundo. “Mantengamos vivo el sueño de Bolívar” ha dicho ante diplomáticos de la región reunidos en el Castillo de Chapultepec, el 24 de julio del año pasado, en la conmemoración del natalicio de este prócer de la libertad y la unidad latinoamericanas,
Mi humilde opinión es que el mandatario mexicano no asistirá a la cumbre si se excluye a otros países. En caso de asistir, permaneciendo la exclusión, sería incongruente y perdería el liderazgo que ha obtenido en Latinoamérica. Espero otras opciones se encuentren en el escritorio de Biden que eviten de última hora una cumbre deslucida y que incluso naufrague al quedarse en meras declaraciones, sin la legitimidad que dan los jefes de Estado de todo un continente.
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