• La agricultura amenaza uno de los ecosistemas esenciales de México, pero el colectivo La Peñita encontró una solución para evitar que desaparezcan las selvas, y también proteger a las personas agricultoras.
Cintalapa, México, 13 de septiembre (Global Press Journal).— Al caer la tarde, la mirada vigilante de los negros ojos de Mercedes Santos Santiago se posa sobre las finas gotas de agua que caen sobre las hojas de los pequeños árboles de “mata ratón”.
Junto con su hermana, Vicenta Santos Santiago, riega la hilera de árboles, conocidos como Gliricidia sepium, cuidados y mimados por integrantes del colectivo La Peñita. Sembrar los árboles es un acto discretamente revolucionario, tanto en lo social como en lo ambiental.
“Disfruto mucho plantar y cuidar los arbolitos del vivero. Sé que es una actividad que ayudará a conservar la selva, a conservar el agua, a cuidar el planeta”, dice Mercedes Santos Santiago, de 54 años.
Las cinco mujeres que integran La Peñita son responsables del manejo de un vivero forestal que se ubica en el Ejido Constitución, en un territorio que conecta dos espacios de conservación biológica de gran importancia en Chiapas, el estado más meridional de México: la reserva de la biosfera Selva El Ocote y la selva de los Chimalapas.
El vivero representa una solución creativa al problema de la proliferación de los pastizales para el ganado y de la tala invasiva en esta selva del sureste mexicano. Decenas de miles de árboles se convierten en setos, llamadas comúnmente cercas vivas, que permiten una producción agrícola más ecológica. También generan ingresos para las mujeres de La Peñita, quienes rompen con las costumbres de la región al trabajar fuera del hogar.
En 1982, el gobierno declaró la reserva de la biosfera Selva El Ocote como área natural protegida. Tiene una extensión de 101 mil 288 hectáreas, y la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) la reconoce como una de las selvas más importantes de México por su diversidad biológica y potencial económico. Además, ahí se encuentra el arco natural más alto del mundo.
La reserva alberga más de 700 especies de flora, entre ellas, árboles maderables, de gran relevancia económica y medicinal, y plantas comestibles y de ornato. Los árboles varían desde cedros hasta chicozapotes. Cientos de especies animales, que incluyen jaguares, pumas y águilas elegantes, rondan por la zona.
Sin embargo, datos de la Comisión de Áreas Naturales Protegidas (CONANP) señalan que entre los años 2000 y 2009, se transformaron o se perdieron unas 144 hectáreas. Las sequías, los incendios y los factores humanos han reducido el espacio ocupado por la selva.
“Hay fragmentación, modificación y destrucción de los ecosistemas por el avance de la frontera agropecuaria… extracción de especímenes… incendios forestales… crecimiento de asentamientos humanos… aprovechamiento forestal sin manejo”, señala el libro Vulnerabilidad social y biológica ante el cambio climático en la reserva de la biosfera Selva El Ocote, editado por cuatro personas académicas que trabajan en el sureste de México.
Alonso López Cruz, activista y profesor universitario que ha trabajado de cerca con La Peñita, ayuda al grupo a prepararse para sembrar guayabos. Foto: Adriana Alcázar González, GPJ México.
Esta región es estratégica no solo por los reservorios de agua, sino también por la captura de carbono. Asimismo, es un corredor natural que conecta la fauna entre América del Norte y Centroamérica, explica Gilberto Pozo Montuy, investigador que ha estudiado a detalle la Selva El Ocote. Pero estas selvas tienen grandes retos como la deforestación y el avance de la agricultura y la ganadería en el área.
“Es difícil encontrar un equilibrio entre la conservación y las necesidades económicas de las personas; difícil pero no imposible”, dice.
Hace dos años, La Peñita generó una respuesta para este desafío: un vivero.
El grupo se formó como resultado de una campaña de conservación y restauración dirigida por la CONANP y otras organizaciones ambientales. En específico, buscaron mujeres como una “medida de inclusión”, dice Adriana Rodríguez, oficial de campo de la CONANP de 2016 a 2020.
Mercedes Santos Santiago cuenta que algunas mujeres no quisieron participar porque no imaginaban cómo podrían combinar el trabajo de la casa con el trabajo del vivero. María Eugenia Vilchis Núñez, de 55 años, vio La Peñita como una oportunidad para cuidar de la selva, tener un ingreso económico y romper con ciertas costumbres de la región.
“Vivimos en un lugar donde el trabajo de las mujeres es la casa, los hijos, el fogón, pero nosotras salimos de ahí, nos capacitamos y ahora manejamos un vivero”, expresa Vilchis Núñez.
Las integrantes de La Peñita ganan aproximadamente 1,500 pesos al mes. Siguen capacitándose para incluir en su producción árboles frutales y plantas de ornato, y no solo plantas forrajeras que se usan para el pastoreo.
Para quienes se dedican a la ganadería en la zona, la instalación del vivero permitió que las acciones de reforestación y restauración fuesen más rápidas, ágiles y económicas. Santiago Zabala Velázquez, ganadero y habitante del ejido Las Merceditas, un pueblo cercano, promete que cuidará de los árboles después de sembrados.
“Las señoras cuidan los árboles en el vivero, no es justo que se vengan a morir en los potreros”, dice.
Las mujeres trabajan de tres a cuatro veces por semana. Como el calor es implacable, comienzan tarde. Siembran las semillas, limpian los semilleros, manejan las plagas, riegan y fertilizan los árboles y los empaquetan para su entrega.
El trabajo también les sirve como un tipo de terapia.
“Venir al vivero nos ayuda a platicar, a reflexionar sobre nuestros problemas. A veces venimos enojadas y aquí tenemos tiempo de pensar y regresar a casa más tranquilas”, señala Vicenta Santos Santiago.
Al día de hoy, La Peñita ha plantado 90 mil arbolitos. Abarcan alrededor de 100 hectáreas de al menos 25 personas ganaderas.
“Los arbolitos del vivero son vida. Son parte de un proceso de conservación, de cuidar de la selva donde vivimos. Es nuestro hogar y debemos cuidarlo”, afirma Vilchis Núñez.
Adriana Alcazár González es una reportera de Global Press Journal con sede en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.