Policías afirmaron que detuvieron a los integrantes de la familia robando ‘in fraganti’, aunque dicha versión se contradice con documentos que forman parte de la investigación del caso.
A la quinta vez que lo torturaron con una bolsa sobre la cabeza, Alberto dice que sintió que su cuerpo se aflojaba, que se dormía.
-¡Habla! ¡Dinos dónde tienes escondidas las armas! -le gritaban mientras lo pateaban-.
Ese día era martes 8 de junio en Tlapanaloya, municipio de Tequixquiac, en el Estado de México. Alberto, un electromecánico de 25 años, cuenta en entrevista que a eso de las 16:45 horas estaba en la terraza de su vivienda platicando con Antonio y Pedro, los dos albañiles que contrató para hacer unas remodelaciones, cuando a lo lejos vio que se acercaba un convoy de vehículos de policías ministeriales de Tecámac, adscritos al centro de Justicia de Zumpango, y de agentes municipales de Tequixquiac, Zumpango, y de Apaxco.
“Pensé que era un rondín de los muchos que hacen. No le di importancia”, comenta Alberto, cuyo nombre fue modificado por temor a represalias, al igual que los del resto de testimonios que también denunciaron agresiones.
Pero el convoy integrado por una pick up gris y sin logos, un Charger blanco, un Tsuru negro, y camionetas de policía municipal, se detuvo frente a la puerta de su domicilio, en la colonia Francisco I. Madero.
-¡Bájense, hijos de su puta madre! -cuenta Alberto que les gritaron los hombres que portaban armas largas y cortas, mientras pateaban la puerta de la casa.
Una vez adentro, el mecánico narra que lo bajaron a golpes para de ahí llevarlo a otra casa ubicada a unos 20 metros de distancia, donde vio que otros policías tenían amagado a su hermano José, que estaba tumbado bocabajo.
-¿Por qué tienes tantos carros? -interrogaron los policías a Alberto, que asegura que trató de explicarles que tenía la documentación de los vehículos, aunque de nada sirvió.
“Si hablaba, me pegaban. Y si no hablaba, también”.
Los puñetazos en las costillas y el estómago y las patadas se sucedieron, hasta que, impaciente, uno de los policías ordenó que pasaran al siguiente nivel.
“Vas a ver como ahorita si cantas -dice Alberto que lo amenazaron enseñándole una bolsa de plástico-. Y nos vas a decir que tu esposa es ‘La Loba’”.
Las torturas
Poco antes de las cinco de la tarde, José se disponía a salir a la tiendita de la esquina. Su esposa le había pedido que le comprara un refresco. Pero antes de salir de casa, el joven de 27 años se topó de frente con un zafarrancho de policías. Uno de los elementos se le acercó y le dijo que no hiciera desmadre, que solo iban a checar con él “un detallito” con él, pero de reojo vio que hombres con armas largas pateaban con violencia la puerta de la casa de su hermano Alberto, y que otros se dirigían hacia la casa de María, su otra hermana.
Paralizado, José vio cómo dos policías mujeres ingresaron a su domicilio y escuchó a su esposa gritar desde la cocina.
“Los ministeriales comenzaron a hablar entre claves y me tiraron al piso, quitándome una cadena de plata, una esclava, mi celular, y mi cartera”, narra José.
A continuación, se lo llevaron al garaje del inmueble donde a los pocos minutos vio que otros uniformados traían a su hermano y a los dos albañiles, uno de los cuales José dice que iba llorando por la golpiza que le venían propinando los policías.
“Nos gritaban que éramos los buenos y que cantáramos”, dice José, que asegura que uno de los policías se le acercó y le gritó: “Ya pon a tu hermano y a tu cuñada. Di que ella es ‘La Loba’ y que tu hermano es el mero bueno de todo este relajo”.
Luego vio cómo otro policía sacaba una bolsa de plástico.
-¿Ya vas a decirnos todo? -asegura que le gritaban a su hermano Alberto cuando le quitaban la bolsa para que tomara algo de aire-.
-¿Vas a decirnos que tu esposa es ‘La Loba’ y que se dedica al narcomenudeo?
Y de nuevo lo ahorcaban con la bolsa.
-¿Vas a decirnos que obligan a las personas a que roben carros para ustedes?
Y otra vez la bolsa sobre la cabeza de Alberto, que boqueaba desesperado.
Así al menos cinco veces, dice Alberto, hasta que, furiosa, una de las mujeres policía comenzó a patearle los testículos, mientras otro policía pidió que le trajeran “el trapo y la cubeta de agua”.
“Una persona se me subió al pecho, me sujetó ambas manos, y otra me puso el trapo tapándome la cara y con una jarra me iban echando el agua en la nariz y en la boca. Así me tuvieron quince minutos eternos”, relata Alberto, que luego lo levantaron y lo pusieron delante “de un señor de traje, panzón y güero”.
“Esta persona me dijo que si quería evitar tanta golpiza la tenía fácil: me iba a grabar diciendo que mi esposa era ‘La Loba’ y que le pagamos renta al comandante Trejo y a un tal comandante Granados. Con eso todo se acababa”.
Pero el mecánico le contestó agotado que no conocía a ninguna Loba, ni a los supuestos comandantes, y le repitió que él se dedicaba a comprar carros, camiones y motocicletas para arreglarlos y luego revenderlos de manera legal.
-Estás bien pendejo -dice que le respondió el tipo de traje, panzón y güero, que ordenó que le volvieran a poner el trapo en la cara hasta que hablara-.
“Se llevaron las facturas de los vehículos”
María estaba sentada en el sillón de su casa dándole el pecho a su bebé de ocho meses, cuando antes de las cinco de la tarde observó por la puerta entreabierta de su domicilio que un hombre armado se bajaba de una pick up gris “nuevecita”.
-Enséñame la orden de cateo -le pidió al tipo-.
-Quítate pendeja -cortó cartucho el ministerial-. Yo no necesito ninguna orden.
Por temor, la mujer de 28 años se apartó de la puerta para que entraran los policías, mientras a ella la llevaron al garaje de la casa de su hermano José.
En el trayecto, la mujer dice que se percató de que en la batea de una de las camionetas que se estacionaron frente a su casa una mujer policía le daba patadas a Patricia, la esposa de su hermano José, y que otros policías bajaban a golpes de la terraza de una casa aledaña a su otro hermano Alberto y a los dos albañiles.
-Dinos dónde está tu patrón -le ordenó un policía-. Mejor dinos, porque el DIF ya viene en camino. Te van a quitar a tu hija y la van a dar en adopción.
En el garaje, María observó, por un lado, a un grupo de policías golpeando a sus hermanos. “Los gritos eran desgarradores”, murmura en entrevista. Y por otro, vio a hombres sacando chamarras y cosas de valor del inmueble de José.
“Sacaron un maletín en el cual yo sé que mi hermano guarda los títulos de propiedad de su terreno y las facturas de sus vehículos. Luego vi cómo subían ese maletín a la pick up gris”, denuncia.
Al percatarse de que María estaba atestiguando las agresiones y el saqueo, un policía bramó que la sacaran del garaje para que dejara “de estar de chismosa”.
María regresó a su casa. Entró. Escuchó que su bebé lloraba. La tomó en brazos, la consoló, y la revisó.
“La niña traía los brazos marcados por los jaloneos que le dio el policía que me la quería quitar”, denuncia la mujer, que muestra fotografías de las marcas en la bebé.
“No me sentí detenida, me sentí secuestrada”
Patricia, de 28 años, estaba en la cocina. Acababa de pedirle a su esposo José que fuera a la tiendita a comprar un refresco antes de que regresara al trabajo. De pronto, dos policías mujeres entraron a su casa y sin mediar palabra la esposaron, para luego sacarla a “jalones de greñas” y subirla a la batea de una camioneta.
-No te muevas y cállate, o te va a ir peor -le advirtieron-.
Patricia estaba bocabajo. Pero dice que escuchaba que del garaje de su casa salían “quejidos, gritos desgarrantes y pujidos” de José y de su cuñado Alberto.
“Les gritaban: ‘¿con qué quieres que te pegue? ¿Con la tabla? ¿Con el bat? ¿O con qué?”.
La mujer trató de darse la vuelta para incorporarse. Quería gritar a los policías que detuvieran la golpiza. Pero la policía que la custodiaba se lo impidió.
“Me dio un patadón y me dijo: ¿a dónde crees que vas, hija de tu pinche madre? Luego, me quitó los aretes y una cadena, me dio dos cachetas de ida y de regreso, y me dijo que no sabía en la que me había metido”.
Minutos después, escuchó que los policías abrían las puertas metálicas del garaje y subían a los hermanos a la camioneta, y que el convoy se puso en marcha, sin que nadie les informara a dónde los estaban llevando, ni por qué cargos.
“No me sentí detenida. Me sentí secuestrada”, sentencia María.
“Eres ‘La Loba’ y te vamos a chingar”
Esther, de 44 años y de profesión auxiliar en Derecho, es la esposa de Alberto. Ese día estaba en otra casa en la colonia Barrio de San José, a unos 20 minutos del lugar en Tequixquiac donde los policías detuvieron a su pareja y al resto.
Eran las 18.45 horas y estaba viendo una película con su hijo de 16 años y con su hijastro de cinco, cuando escuchó ruidos en la puerta de acceso al patio principal de su casa. La mujer pensó que se trataba de ladrones y salió rápido a ver de qué se trataba. Pero lo que se encontró dice que la agarró por sorpresa.
Esther detalla que en su patio había tres hombres, a los que identificó como elementos de la policía adscrita a la Fiscalía de Tecámac, de la policía de investigación en el centro de Justicia de Zumpango, y de la comandancia de la policía municipal de Tequixquiac. Por su trabajo como auxiliar en Derecho, la mujer asegura que los conocía de haberlos visto previamente.
Uno de esos elementos, según denuncia Esther, sacó su arma y la encañonó apuntándole directo a la cara en presencia de sus dos hijos menores, que ante la escena se escondieron detrás de ella buscando refugio.
De inmediato, Esther asegura que unos 15 elementos inundaron su casa sin ninguna orden de cateo, hasta que uno de los policías se percató de que tenía cámaras de video al interior de su domicilio, y decidieron salir del lugar llevándosela detenida en la parte trasera de la pick up gris.
“Estando a bordo de la camioneta, como a los diez minutos de trayecto, me dicen que ya me fregué, porque mi marido ya me puso el dedo. Que ya sabían que yo era ‘La Loba’ y que mi esposo y yo nos dedicábamos a robar carros”.
Esther, que niega rotundamente ser ‘La Loba’, una presunta narcomenudista, narra que le pidieron que volteara a la batea, donde vio que un policía traía la bota puesta sobre la cabeza de su esposo, que estaba tirado junto al resto de detenidos.
El convoy, en el que además de los autos de los ministeriales y de los municipales iban otros 14 vehículos que los agentes aseguraron de los domicilios de los detenidos porque, presuntamente, tenían reporte de robo, llegó poco después al Palacio de Justicia de Zumpango, Estado de México.
Allí, los detenidos fueron encerrados en galeras y a Esther la llevaron ante otro agente ministerial que ordenó que trajeran a un tipo de nombre Antonio ‘N’, que la acusó diciendo que ella y su esposo le compraban motos robadas.
-Ya sabemos que eres ‘La Loba’ y te vamos a chingar -denuncia Esther que le dijo el agente antes de mandarlos a prisión-.
200 mil pesos por detenido
Silvia, de 46 años, es la madre de Alberto, José, y María, y suegra de Esther.
A eso de las 19 horas, recibió una llamada de su hija María explicándole que unos policías se habían llevado a golpes a sus hermanos.
De inmediato, la mujer se trasladó al centro de justicia de Zumpango en busca de noticias de sus hijos. Pero allí nadie le dio respuesta hasta el día siguiente, cuando a eso de las diez de la mañana, denuncia que la trataron de extorsionar.
“Estaban presos ahí, pero un policía barbón me dijo que fuera juntando dinero si quería sacarlos. Me pedía 200 mil pesos por cada uno”.
La versión de la policía
Mientras los detenidos esperaban en las galeras del ministerio público, donde Alberto y su hermano José denuncian que también fueron torturados antes de que se los llevaran al centro penitenciario de Zumpango en espera de una audiencia ante un juez, los agentes de policía preparaban una denuncia en su contra en la que narraron cómo sucedieron los hechos aquel 8 de junio, según su perspectiva.
En el informe escrito de la agente municipal Karen ‘N’, a la que este medio tuvo acceso, se explica que estaban realizando un rondín a las 19 horas con diez minutos a bordo de la patrulla 007, en compañía de otros elementos a bordo de la unidad oficial 7007, y de dos elementos más de la policía de investigación adscritos a la Fiscalía Regional de Tecámac, que iban en un Charger blanco. En el informe no se menciona la pick up gris que refirieron los detenidos.
Cuando iban transitando por un camino de terracería, la policía explica que observó que, a unos tres metros de un inmueble con dos persianas metálicas, vieron un coche Volkswagen tipo Gol y que junto al vehículo estaban Esther, Patricia y José, quienes con dos desarmadores planos y una llave tipo ‘perico’ estaban quitándole las puertas del copiloto y la trasera del mismo lado.
La agente indica que se detuvieron, se identificaron, y al preguntarles por el vehículo todos dejaron caer las puertas y corrieron gritando: “La tira, córranle”.
Ante esta situación, y mientras sus compañeros correteaban a los presuntos delincuentes hasta detenerlos, uno de los policías de nombre Jorge ‘N’ solicitó por radio la sábana del Volkswagen Gol, resultando que, según la versión policial, éste tenía un reporte de robo con violencia del 30 de abril de 2021.
Después, la agente narra en su escrito que otros compañeros traían detenidos a Alberto y a los dos albañiles, porque estos se encontraban en otro inmueble ubicado a solo unos 20 metros del lugar, donde estarían “desvalijando” un camión Ford Super Duty, modelo 1980, color naranja, que también tenía reporte de robo con violencia del 27 de abril de 2021.
En ese mismo lugar, la agente refiere en su escrito que detectaron una moto Italika que también tenía reporte de robo con violencia, de fecha 30 de abril de este año.
Además, la policía se llevó al corralón otros 11 vehículos. Los aseguraron porque los encontraron abiertos y estaban “vulnerables”, y también colocaron sellos de clausura en los domicilios de los hermanos.
Tras el aseguramiento, los agentes leyeron sus derechos a los seis detenidos y se los llevaron al Ministerio Público de Zumpango para acusarlos de robo equiparado.
Las contradicciones: sin reportes de robo
No obstante, la versión de la policía se contradice con documentos que forman parte de la misma carpeta de investigación del caso.
En el apartado de ‘Anexo C. Inspección de Vehículo’, al que este medio tuvo acceso, los agentes Jorge ‘N’, Feliciano ‘N’, y Luis Javier ‘N’, hicieron una ficha con cada uno de los vehículos que aseguraron ese día. Lo más llamativo en esa ficha es que ninguno de los vehículos tiene reporte de robo, a excepción del Volkswagen Gol.
Sin embargo, de acuerdo con una consulta en el sitio gubernamental repuve.gob.mx, este coche no cuenta al 5 de agosto con reporte de robo alguno.
Mientras que el camión Super Duty y la moto Italika, que según la policía eran los otros dos vehículos robados, tampoco tienen reporte en ninguna Procuraduría.
Además, Esther mostró a este medio fotografías y videos del día de las detenciones y el aseguramiento de los vehículos que fueron tomadas por conocidos suyos, de los que pidió guardar su identidad por motivos de seguridad.
En una de las fotografías se aprecia una fila de vehículos custodiados por agentes de policía antes de llevárselos al corralón. En esa fila, en primer plano, y ubicado a unos pocos metros de un policía, aparece el Volkswagen Gol que dio origen a las detenciones. En la imagen se aprecia que el coche tiene todas las puertas.
Esta fotografía contrasta con la que la policía incluyó en la carpeta de investigación, en la que se aprecia que ya no tiene las puertas del copiloto y la trasera, que aparecieron apoyadas en una columna de concreto en el garaje de los hermanos Alberto y José.
En un video en poder de este medio también se aprecia el momento en que el convoy policial transporta al corralón todos los vehículos asegurados. Entre estos se encuentra el camión Ford Super Duty que, según la versión policial, estaba siendo desvalijado al momento de la detención in fraganti. Según el informe, ya le habían quitado la rueda delantera. Sin embargo, en la imagen se aprecia que el camión circula con normalidad y con todas sus ruedas.
Y por último, Esther muestra fotografías del garaje donde denuncia que fueron torturados su esposo y su cuñado. En las imágenes aún se observa que hay tiradas dos bolsas de plástico transparente, una jarra de plástico vacía, y manchas de agua fresca regadas por el suelo.
“Tenemos todas las pruebas de cómo nos quisieron incriminar mediante torturas en un delito que no cometimos”, insiste Esther.
El pasado 11 de junio, una jueza de control del distrito judicial de Zumpango analizó el caso en una audiencia inicial y decretó que, en efecto, la detención de las seis personas fue ilegal, ordenando su puesta en libertad inmediata ese mismo día.
Además, vio indicios de tortura durante la detención de los imputados, por lo que instruyó que se abrieran sendas investigaciones por tortura y abuso de poder.
“Tenemos miedo de que nos desaparezcan”
Sentados en la terraza de una cafetería en la Ciudad de México, Alberto y su esposa Esther explican que, a dos meses de su libertad, la pesadilla no termina. Esther cuenta que poco después de salir del penal se enteraron de que tienen nueva orden de aprehensión en su contra, también por robo con violencia. Aunque el día del presunto delito ella asegura que se encontraba hospitalizada por una salmonelosis.
Ante el temor de que los imputen de nuevo, la pareja muestra una carpeta con los oficios que han mandado a diferentes instancias gubernamentales pidiendo ayuda, como la Fiscalía mexiquense, la Comisión de Atención a Víctimas, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), y al propio presidente López Obrador.
Hasta ahora, solo la Comisión de Atención a Víctimas les ha respondido, otorgándoles un botón de pánico para que acudan en su auxilio en caso de agresión. Pero ese botón no es suficiente para que se sientan seguros, subraya Alberto, que comenta que desde que salieron libres personas armadas están constantemente haciendo rondines por su domicilio en Tequixquiac.
“La gente del pueblo nos avisa para que no nos aparezcamos por nuestra casa, porque nos andan buscando con todo”, señala el mecánico, que añade que por ese motivo decidieron mudarse a otro estado en busca de refugio.
“No tenemos miedo de la nueva orden de aprehensión -asegura el matrimonio al unísono-. Tenemos miedo de que los policías nos desaparezcan”.