El Derrumbe del PRI

Frida C.5 de julio de 20219min10400
OPINION pri 1
  • Opinión Por Ernesto Núñez Albarrán/Aristegui Noticias

    El PRI es hoy una fuerza marginal, pero con los votos suficientes para inclinar la balanza en San
    Lázaro. De ahí la importancia de su disyuntiva: negociar con la 4T o tratar de sobrevivir siendo
    oposición.

El otrora partido oficial atraviesa una de las peores crisis de su historia. La toma de sus
instalaciones por parte de un grupo disidente a la actual dirigencia nacional es la metáfora perfecta
de su situación.
El PRI se debate entre el liderazgo formal del campechano Alejandro Moreno y la amenaza de
fractura encabezada por el oaxaqueño Ulises Ruiz.
Entre ambos personajes hay muchas cosas en común: su formación como cuadros desde la base
tricolor, su raigambre en sectores ajenos a la tecnocracia, su fama de eficaces operadores electorales
y un pasado lleno de polémicas.
Ambos exlegisladores y exgobernadores, tanto ‘Alito’ como Ulises son ejemplo vivo de lo que la
ciudadanía ha detestado del PRI durante décadas, por lo que le ha castigado en las urnas elección
tras elección: corrupción, cacicazgos, abuso de poder, riquezas inexplicables.
A Ulises Ruiz lo catapultó su bien ganada fama de mapache electoral y su cercanía a dos
polémicos personajes del priismo de cambio de siglo: Roberto Madrazo Pintado, ex gobernador de
Tabasco, exdirigente nacional del PRI y excandidato a la Presidencia en 2006, y José Murat,
gobernador de Oaxaca que heredó el estado a Ulises en 2004.
Juntos, Murat y Ruiz hundieron a Oaxaca en una trágica historia de corrupción, criminalidad,
conflictos sociales y escándalos entre 1998 y 2010, dos sexenios que profundizaron la desigualdad y
la injusticia, ancestrales en ese territorio.
La historia de Alejandro Moreno no se entiende sin su paso por la misma escuela de la vieja
guardia tricolor y su militancia en las tribus porriles del Frente Juvenil Revolucionario.
El joven ‘Alito’ fue el alumno más avanzado del sonorense Manlio Fabio Beltrones y del propio
Madrazo, para incrustarse después en el Peñismo, el grupo de poder que en el sexenio pasado
sofisticó la corrupción a niveles de estafa maestra.
Catapultado por Enrique Peña Nieto, fue gobernador de Campeche de 2015 a 2019, año en el que
se separó del cargo para convertirse en dirigente nacional del tricolor, acumulando señalamientos y
expedientes por presunto enriquecimiento ilícito.
Fue el propio Ulises Ruiz quien lo denunció ante la Fiscalía General de la República en julio de
2019, por la inconsistencia entre sus ingresos reportados en su carrera como funcionario público y
el valor de sus propiedades (Aristegui Noticias, septiembre 2019).

Ahora, es Ulises Ruiz quien encabeza el grupo que tomó por la fuerza la sede nacional del PRI,
en Insurgentes Norte, para exigir que el CEN que encabeza Moreno rinda cuentas de los
catastróficos resultados obtenidos el pasado 6 de junio.
Con más oportunismo que autoridad moral, el oaxaqueño propone que una comisión de
expresidentes del PRI y otras figuras del partido debatan los términos de una Asamblea Nacional
extraordinaria de la que surgiría un nuevo liderazgo.
Sin resultados que lo respalden, pero con el apoyo de los sectores y liderazgos partidistas,
Moreno se aferra a la dirigencia, para la que fue electo hasta el 2023 junto con su compañera de
fórmula, Carolina Viggiano, quien además de ser secretaria general del partido, es diputada federal
electa para la 65 Legislatura y esposa del coahuilense Rubén Moreira.
Será Moreira, el también polémico exgobernador de Coahuila, quien coordine la bancada de 70
diputadas y diputados federales que la alianza Va por México le dejó como saldo al tricolor.
En medio de esos avatares, el PRI deberá debatir una decisión crucial para su futuro: mantenerse
en Va por México, como aliado del PAN –el verdadero referente opositor a la 4T– y el
insignificante PRD, o aceptar el guiño que el presidente Andrés Manuel López Obrador ha hecho a
los priistas para convertirse en sus nuevos aliados legislativos.
La encrucijada es compleja, pues el tricolor viene de una de las peores elecciones de su historia.
En 2000 perdió la Presidencia, pero se mantenía como partido gobernante en 20 entidades; en
2006 sufrió un gran descalabro por la candidatura fallida de Roberto Madrazo, pero en el sexenio
siguiente recuperó terreno en lo local y en 2012 regresó a Los Pinos.
En 2016, perdió seis gubernaturas que le entregó al PAN y al PRD, y Manlio Fabio Beltrones
renunció a la dirigencia partidista. Pero en 2017 ganó Coahuila y Estado de México.
En 2018 el descalabro fue mayor, con un candidato presidencial –José Antonio Meade– que lo
convirtió en una fuerza de menos de diez millones de votos. Y, desde entonces, el declive se
pronunciado.
En los pasados comicios, el PRI tuvo que aliarse con su odiado rival, el PAN, para mantener su
presencia legislativa.
Gracias a eso, obtuvo 8.7 millones de votos (equivalentes al 17 por ciento de la votación
nacional); ganó 11 distritos por sí solo y 19 en coalición, lo que se traducirá en 70 curules, apenas el
14 por ciento de la 65 Legislatura.
Su derrota más significativa está en lo territorial, pues perdió ocho de los 12 estados que
gobernaba.
Los cuatro estados que le quedan tendrán elecciones para renovar las gubernaturas antes de 2024:
Hidalgo y Oaxaca el próximo año, y Coahuila y Estado de México en 2023.
De las cuatro entidades, sólo en Coahuila el PRI fue el partido más votado en la reciente elección
federal. En las otras tres, Morena se colocó como primera fuerza. Lo que quiere decir que la senda
de la derrota podría prolongarse.
El otrora partido oficial ha sido desplazado por Morena. Su fuerza se diluyó con la pérdida de la
Presidencia en 2018 y corre el riesgo de difuminarse con la pérdida de los palacios de gobierno,

desde donde los “primeros priistas” del país acostumbraban operar y aceitar sus maquinarias
territoriales, aun en los dos sexenios en los que dejaron Los Pinos.
Nacido como partido de Estado, el PRI es hoy una fuerza marginal, pero con los votos suficientes
en San Lázaro para inclinar la balanza.
De ahí la importancia de su disyuntiva: negociar con la 4T para sobrevivir es la opción, según
varios priistas. Tratar de sobrevivir siendo oposición, de la mano del PAN, es la otra alternativa.
Y, como telón de fondo, el pleito interno como impronta de su crisis; las cadenas en su sede
oficial, como metáfora de su desahucio; la confrontación Ulises-‘Alito’, como señal clara de su
derrumbe.

Frida C.


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