
- La violencia que padece Michoacán no es un fenómeno aislado ni reciente, y no puede entenderse sin mirar su historia. Es el resultado de una cadena de acuerdos entre organizaciones del crimen organizado, alianzas, rupturas y sustituciones de un enemigo por otro. Las guerras internas entre grupos criminales han convertido al estado en un laboratorio de poder donde las organizaciones han estado en constante mutación: cambian de nombre, se fragmentan o se fusionan según los intereses del momento.
Ciudad de México, 11 de noviembre (SinEmbargo).– La Ley de la conservación de la materia dice que “la energía no se crea ni se destruye, solo se transforma”. En Michoacán, esa frase parece tener su reflejo en el crimen organizado: no desaparece, solo ha cambiado de forma, rostros, nombres y hasta de patrones de operación. Desde los años de “Los Valencia” hasta la expansión del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), encabezado por Nemesio Oseguera Cervantes y el resurgimiento de la Familia Michoacana, ahora La Nueva Familia Michoacana, encabezada por los hermanos Hurtado Olascoaga, el estado ha sido escenario de una violencia que se reaviva con cada nueva disputa por el territorio y la reconfiguración de los cárteles.
Dos asesinatos recientes —el del líder limonero Bernardo Bravo y el del Alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, un edil con alta simpatía y creciente popularidad— sacudieron al país al reavivar la tensión, la indignación y el clamor por seguridad en una región que no logra salir de la espiral de violencia. Ambos casos comparten un mismo origen: el control que busca imponer el crimen organizado, ahora a bala y sangre. Tanto Bravo como Manzo habían denunciado públicamente las extorsiones y presiones del crimen, y ambos se negaron a ceder ante las amenazas.
Desde hace al menos cuatro décadas, el estado es un botín de guerra entre narcotraficantes. Su ubicación geográfica, al ser la puerta de entrada del Pacífico a través del puerto Lázaro Cárdenas, lo hace estratégico para el trasiego de drogas y el control territorial. Hoy, la disputa principal enfrenta al Cártel Jalisco Nueva Generación, dirigido por Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, contra La Nueva Familia Michoacana, encabezada por los hermanos Hurtado Olascoaga y contra Cárteles Unidos.
Michoacán ha sido el laboratorio perfecto para demostrar que la desaparición o captura de líderes —las estrategias de guerra contra el crimen organizado que emprendió Felipe Calderón en 2007 en esa misma tierra, y luego la política de descabezamiento de capos durante el gobierno de Enrique Peña Nieto— no han debilitado a las organizaciones criminales, sino que las han obligado a adaptarse.
El doctor Enrique Guerra Manzo, en su libro Territorios violentos en México: el caso de Tierra Caliente, explica que: “una de las consecuencias (imprevistas o no deseadas) del movimiento de autodefensas y de la política del gobierno de Peña Nieto contra el crimen organizado en la entidad, centrada en el descabezamiento de los capos del cártel templario, fue la multiplicación de los grupos del crimen organizado, mismos que desde 2015 y hasta la fecha entraron en una guerra despiadada por el territorio, la cual ha llevado a la entidad a mayores niveles de violencia, superiores a los que existían antes de 2013”.
Uno de los nombres más visibles del narcotráfico en Michoacán hoy en día es Nemesio Oseguera, líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, una organización que, aunque surgió entre 2009 y 2011 durante la llamada “guerra contra el narco” de Felipe Calderón Hinojosa, en la década de 2010, ya en el sexenio de Enrique Peña Nieto tuvo un crecimiento exponencial, extendiendo primero sus tentáculos por todas las regiones de Michoacán y luego por el país, hasta convertirse hoy en una de las organizaciones criminales más poderosas que se disputa con el Cártel de Sinaloa el control del territorio nacional.
Otro factor en común en los asesinatos del líder limonero y del Edil de Uruapan es que en ambos casos se asume un vínculo o hilo conductor: quien estaría detrás de esos crímenes sería el CJNG, también conocido como El «cuatroletras».
Particularmente en el estado, el CJNG se disputa la zona de Tepalcatepec contra Juan José Álvarez, “El Abuelo”, y en la región más cercana a Apatzingán la lucha era contra “Los Viagras”, hasta que estos recientemente se volvieron sus aliados.
“Cuando vemos por qué es tan importante el control del CJNG en esa zona, es porque ellos son de ahí. Es decir, lo que están recuperando es su espacio natural de origen, y por ello el CJNG ha puesto mucho empeño en recuperar la zona. Pero está ocupada por muchas organizaciones pequeñas, no tan importantes, aunque con conexiones sociales e intereses de negocios en esas áreas”, ha explicado en entrevistas a SInEmbargo el académico Víctor Sánchez.
Hoy, Nemesio Oseguera es el cuarto hombre más buscado por la Administración de Control de Drogas (DEA), sólo detrás de Rafael Caro Quintero, fundador del Cártel de Guadalajara, e Ismael “El Mayo” Zambada, jefe del Cártel de Sinaloa. «El Mencho» es el jefe de la nueva mafia.
Sin embargo, la violencia que padece Michoacán no es un fenómeno aislado ni reciente, y no puede entenderse sin mirar atrás, sin mirar su historia. Es una historia de acuerdos, alianzas, rupturas y de sustitución de un enemigo por otro.
Las guerras internas entre grupos criminales han convertido a Michoacán en un laboratorio de poder donde las organizaciones cambian de nombre, se fragmentan o se fusionan según los intereses del momento.
A lo largo de los años, Los Valencia, Los Zetas, La Familia Michoacana, Los Caballeros Templarios, Los Viagras, el Cártel de Tepalcatepec y células más recientes como Blancos de Troya, aliados de Los Viagras, Cárteles Unidos, han ocupado y abandonado territorios, dejando a su paso un mismo patrón: comunidades atrapadas entre las armas, desplazamientos forzados, desapariciones y el miedo como forma de vida.
Actualmente el Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) mantiene campos de entrenamiento en la cierra michoacana, camuflajeados entre las huertas y campos de limón. Foto: Cuartoscuro
La historia del crimen desde sus orígenes
El origen del narcotráfico en Michoacán se remonta a la década de 1940, cuando en las sierras de Aguililla comenzaron los primeros cultivos de marihuana y amapola, según el investigador Enrique Guerra Manzo en su libro, donde detalla cómo este fenómeno creció al amparo de autoridades locales y militares hasta transformarse en una compleja red criminal. Además, el autor clasifica la participación del crimen organizado en dos etapas, a las que denomina “los narcos de antes” y “los narcos de ahora”.
En la década de los 40, dice, la siembra de enervantes se extendió a otros pueblos del suroeste michoacano, lo que llamó la atención del Gobernador José María Mendoza Pardo (1944-1949) y de la comandancia militar de la zona. El 31 de agosto de 1959, Jesús González Bustos, representante del Ministerio Público Federal en Michoacán, informó al Gobernador que en Aguililla “los cultivos de maíz y frijol habían sido sustituidos por los de marihuana y adormidera [amapola]”, y solicitó que se tomaran medidas, pero que no se enviara a la policía judicial estatal, pues esta “en lugar de erradicar su cultivo lo fomentaba”.
El informe Violento y próspero: el auge del aguacate en México y su relación con el crimen organizado, elaborado por la Global Initiative Against Transnational Organized Crime y escrito por Romain Le Cour Grandmaison y Paul Frissard Martínez, expone cómo la llegada del neoliberalismo al país abrió paso y oportunidades a los traficantes que disponían de grandes cantidades de capital y necesitaban blanquearlo.
“Durante la década de 1980, las relaciones entre las fuerzas políticas y los traficantes coincidieron con las reformas neoliberales en la agricultura, el comercio internacional y la administración pública. México recortó drásticamente sus programas públicos de apoyo a la agricultura y, al mismo tiempo, la apertura de los mercados internacionales y la reconfiguración de las estructuras financieras provocaron una crisis grave en la economía agrícola de Michoacán”, destaca el informe.
Dicho estudio además establece una relación directa entre la expansión del cultivo de aguacate y la familia Valencia, pues señala que en las décadas de 1980 y 1990 los Valencia impulsaron el primer auge del aguacate en Uruapan y Tancítaro, donde invirtieron en al menos seis huertas y abrieron varias empacadoras.
“La familia invirtió y gestionó directamente al menos seis huertas de aguacate y abrió varias empacadoras, como parte de su estrategia para participar en la cadena de valor agrícola más amplia. De hecho, en la década de 1990, la organización de los Valencia fue apodada el ‘cártel de los aguacates’ o ‘los reyes del aguacate’. Con negocios que empleaban a cientos de personas, las finanzas, el poder local y el prestigio de la familia Valencia crecieron. Al multiplicar las inversiones en la economía legal, la familia amplió su base social y sus raíces locales en la región. A lo largo de las décadas de 1980 y 1990, la familia estuvo en el centro de la racionalización de ciertas actividades criminales y del desarrollo de la agroindustria en Michoacán. Esta dinámica ha continuado bajo una interminable lista de organizaciones criminales”, detalla el estudio.
Los Valencia, desde los 60 a los 80s
Por su parte, el doctor Enrique Guerra Manzo, en su libro Territorios violentos en México: el caso de Tierra Caliente, Michoacán, señala que hasta la década de los ochentas nadie sembraba ni cosechaba marihuana o amapola sin el permiso de Los Valencia.
“Debido a la mayor demanda en el mercado de Estados Unidos, entre 1962 y 1982, la ‘veintena dorada’, la región vivió un auge de enervantes, y si bien este fue controlado en su mayoría por la familia Valencia (asociada con el Cártel de Sinaloa), también aparecieron diversos pequeños grupos del crimen organizado (‘minicárteles’) que le hacían competencia y que optaron por vender sus cosechas a agentes provenientes de otros estados en busca de un mejor precio”, señala el autor.
La familia Valencia, encabezada por Miguel Ángel Félix Cornejo, contó con la ayuda de pistoleros enviados por el Cártel de Sinaloa —entre ellos Ernesto Fonseca, Joaquín “El Chapo” Guzmán y “El Cochiloco”— para someter a los “minicárteles”. Con la llegada de los sinaloenses, las tasas de homicidio comenzaron a elevarse; se trató de un aumento de violencia que motivó al gobernador Cuauhtémoc Cárdenas (1980-1986) a emprender un plan de atención inmediata para Tierra Caliente, de acuerdo con Guerra Manzo.
El investigador coincide con el informe de Romain Le Cour Grandmaison y Paul Frissard Martínez al señalar que Michoacán consolidó su participación en el comercio internacional de drogas en la década de 1980.Además plantea que Armando Valencia Cornejo y Félix Cornejo, originarios de Aguililla y con base en Uruapan, controlaban el trasiego de enervantes.
Luego del asesinato de Félix Cornejo en 1994, perpetrado por narcotraficantes colombianos, Armando Valencia quedó con el control del negocio. A mediados de los años ochenta, los grupos locales privilegiaban el trasiego sobre delitos como el robo o el secuestro: “el trasiego de enervantes era más redituable”. La familia Valencia pasó de un control regional a una alianza con los cárteles del Pacífico y Medellín, convirtiéndose en una organización transnacional.
De acuerdo con Guerra Manzo, durante la época en que los Valencia controlaban la mayor parte del trasiego de enervantes en Michoacán, trataron de mantener un perfil bajo para no llamar demasiado la atención de las autoridades, pero eso cambió a partir del año 2000: según el autor, el “salto cualitativo” ocurrió cuando Los Zetas aparecieron en el mapa, llevando “la violencia a niveles sin precedentes”, ya que era un grupo extremadamente violento que no solo traficaba drogas, sino que fusionó el sicariato con actividades como secuestros, venta de protección y extorsión.
El informe Violento y próspero: el auge del aguacate en México y su relación con el crimen organizado también señala que Los Zetas, formados por ex fuerzas especiales que habían desertado del Ejército mexicano y la Marina, invadieron Michoacán a principios de la década de 2000, “llevando consigo sus tácticas militares, el uso del terror y la violencia indiscriminada contra la población, y la extorsión que aplicaban a traficantes agroindustriales locales, comerciantes y habitantes de los territorios en los que operaban”, lo que derivó en una disputa entre grupos criminales que se volvió extremadamente violenta.
Y es que Guerra Manzo abunda en que, a diferencia de los Valencia, Los Zetas “veían a la población civil como un botín de guerra”. Osiel Cárdenas, líder del Cártel del Golfo, les dio permiso para explotar la plaza a cambio de garantizar el control del trasiego y del puerto de Lázaro Cárdenas.
Frente a esa amenaza, recuerda el investigador de la UAM Xochimilco, los Valencia ampliaron su brazo armado y enviaron a entrenar a parte de sus hombres con los kaibiles —“soldados de élite guatemaltecos expertos en contrainsurgencia”—, con lo que las batallas adquirieron un perfil paramilitar.
El libro documenta que, tan solo entre los años 2002 y 2004, durante el gobierno de Lázaro Cárdenas Batel (actual asesor del Gobierno federal), la guerra dejó un saldo de 500 homicidios dolosos, cifra que se disparó en el siguiente gobierno de Leonel Godoy, donde el número subió hasta 900 asesinatos.
“La brutalidad de la guerra también fue una novedad para Michoacán: cabezas cercenadas, desmembramiento de cuerpos, colgados en puentes o en las entradas de los poblados”, detalla el autor.
La Familia Michoacana
Un hecho que marcó un parteaguas en la guerra criminal en Michoacán ocurrió el 6 de septiembre de 2006 cuando las cabezas humanas –se presume de cinco miembros de Los Zetas– fueron arrojadas a una pista de baile en Uruapan. Fue durante la noche del 6 y la madrugada del 7 de septiembre de 2006, ya en la recta final del sexenio de Vicente Fox y durante el gobierno estatal del perredista Lázaro Cárdenas Batel, cuando 20 hombres vestidos con uniformes falsos de la extinta Agencia Federal de Investigación —que en su momento comandó el exnarcosecretario de Seguridad federal, Genaro García Luna— y armados con rifles de asalto, irrumpieron en el salón de baile Sol y Sombra. Primero dispararon al aire en el exterior y luego, frente a los asistentes aterrorizados, arrojaron sobre la pista cinco cabezas humanas dentro de bolsas de plástico. Junto a ellas dejaron un mensaje: “La Familia no mata por paga. No mata mujeres, no mata inocentes. Solo muere quien debe morir. Sépanlo toda la gente. Esto es justicia divina.” El mensaje aludía al nacimiento público de La Familia Michoacana.
El investigador Víctor Sánchez, de la Universidad de Coahuila, explica que La Familia Michoacana —una organización criminal que ha pasado por un proceso de reconfiguración a lo largo de su historia— nació como una alianza de minicárteles bajo el liderazgo de Nazario Moreno, Servando Gómez Martínez, también conocido como «La Tuta», y José de Jesús Méndez Vargas, alias «El Chango».
Lo mismo señala el doctor Enrique Guerra Manzo en su libro, al escribir: “Carlos Rosales, quien llegó a Michoacán acompañado de Nazario Moreno «El Chayo», Servando Gómez «La Tuta» y Jesús Méndez «El Chango», se alió también con la mayoría de los ‘minicárteles’ para enfrentar a Los Valencia”.
La Familia Michoacana perfeccionó el modelo delictivo de Los Zetas al combinar el narcotráfico con la extracción de rentas sociales, pero con una estrategia distinta: presentarse como una organización nacida de la sociedad para defenderla de delincuentes externos y disfrazar su naturaleza criminal bajo una base social de apoyo.
El suceso de las cabezas arrojadas en medio de la pista de baile de Sol y Sombra, en Uruapan, quedó grabado en la memoria colectiva como el inicio de una escalada de violencia que no ha cesado y gestó la Guerra contra el Crimen Organizado que meses después, en diciembre de 2006, Felipe Calderón desplegaría desde su estado natal; una estrategia que derivó en miles de homicidios, desapariciones y violaciones de derechos humanos.
Felipe Calderón Hinojosa, originario de Michoacán, eligió su tierra natal para iniciar lo que él llamó la “lucha frontal contra el crimen organizado”: un megaoperativo en el que los militares tomaron las calles y carreteras de la entidad.
De esta manera, se desplegaron inicialmente cerca de cuatro mil 260 elementos castrenses, 46 aeronaves y 246 vehículos para intervenir en la entidad. Pero además de apoyarse en la milicia, Calderón empleó a la Policía Federal —que en ese entonces apenas nacía—, al frente de la cual colocó a Genaro García Luna, un hombre de todas sus confianzas, quien actualmente se encuentra preso por presuntos vínculos con los cárteles de la droga, aquellas agrupaciones a las que debía combatir.
En ese entonces, el panorama de los homicidios dolosos a nivel nacional —el que recibió Calderón— registraba al menos 11 mil 806 carpetas de investigación por asesinatos, de los cuales 3 mil 610 fueron cometidos con arma de fuego.
De hecho, en 2006, la tasa nacional de homicidios había bajado a ocho por cada 100 mil habitantes, luego de haber sido de 19 homicidios en esa misma proporción en 1992.
En tanto, los datos de homicidios en Michoacán ascendían a un total de 527 asesinatos reportados en 2006, de los cuales 239 fueron cometidos con arma de fuego, de acuerdo con cifras del Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública.
Genaro García Luna – quien está iniciando a pugnar sentenciado a 38 años en prisión en Estados Unidos por los cargos de “conspiración de narcotráfico y de brindar apoyo al Cártel de Sinaloa”– fue el encargado de diseñar y conducir la estrategia de Calderón Hinojosa supuestamente “contra los cárteles mexicanos”. Es así como la estrategia contra el crimen organizado terminó dirigida principalmente contra La Familia Michoacana y otras organizaciones criminales que no fueran el Cártel de Sinaloa.
Fue en el año 2011 cuando las pugnas por el liderazgo provocaron la fractura de La Familia Michoacana, tras un enfrentamiento entre José de Jesús Méndez Vargas, “El Chango” Méndez, y Nazario Moreno, “El Chayo”, junto con Servando Gómez Martínez, alias “La Tuta”. Estos dos últimos dieron origen a Los Caballeros Templarios, quienes pronto establecieron un sistema de terror en Michoacán.
De acuerdo con el académico Víctor Sánchez, Los Caballeros Templarios, liderados por “La Tuta” y Nazario Moreno, se quedaron con el control del 90 por ciento de la organización criminal, mientras que el 10 por ciento restante se perdió con la escisión de otros grupos delictivos. Por su parte, “El Chango” Méndez conservó la parte menos rentable de la organización, ubicada al norte de Michoacán, el Estado de México y la región de Tierra Caliente en Guerrero.
En su libro, Enrique Guerra Manzo recuerda la ruptura y el nacimiento de Los Caballeros Templarios: “El 10 de marzo de 2011, en varios puntos de Michoacán aparecieron mantas que anunciaban el nacimiento de Los Caballeros Templarios y acusaban al Chango de haberse aliado con Los Zetas. Se desató una intensa guerra entre ambos grupos durante un breve lapso, pues la captura del segundo, el 21 de junio de ese año, permitió a Los Templarios quedarse como la organización dominante en la entidad”.
“El discurso templario era el mismo que el de La Familia, pero su sistema coercitivo, de empleo de la violencia y de expoliación de la sociedad se hizo más intenso: anunciaron que elevarían cuotas por derecho de piso y se cobrarían impuestos extras por cada producto vendido”, afirma Guerra Manzo.
Ante el avance del crimen organizado, en 2013 surgieron los llamados grupos de autodefensa, que impusieron su propia ley. Frente a ello, el gobierno de Enrique Peña Nieto nombró a Alfredo Castillo como Comisionado para la Seguridad y el Desarrollo Integral de Michoacán, en un intento por devolver la paz a la entidad, pero que resultó otro fracaso.
Los Caballeros Templarios, que mantenían el dominio en Michoacán, sufrieron un proceso de desmantelamiento entre 2014 y 2015, lo que permitió que La Familia Michoacana —más marginada y con menor penetración— se encontrara en una mejor posición.
«La Tuta», quien después de la ruptura con al Familia fundó Los Caballeros Templarios, fue detenido por elementos de la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) y de la Policía Federal (PF), la madrugada del 27 de febrero de 2015. Foto: Cuartoscuro, Archivo
A pesar de que se creía que La Familia Michoacana había desaparecido, el especialista en seguridad pública Víctor Sánchez reiteró que esta organización criminal nunca se fue; al contrario, se ha fortalecido en los últimos años bajo el liderazgo de los hermanos Olascoaga.
Durante 2022, medios de comunicación y la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), adscrita al Departamento del Tesoro de Estados Unidos, se refirieron a la organización encabezada por Johnny Hurtado Olascoaga, alias “El Pez”, y su hermano José Alfredo Hurtado Olascoaga, alias “El Fresa”, como “La Nueva Familia Michoacana”.
Sin embargo, el laboratorio de análisis InSight Crime señala que el nombre se utilizó en cierto momento, pero puede debatirse si sigue siendo aplicable. De acuerdo con sus investigaciones, los residentes locales no usan el alias “La Nueva”. De hecho, el nombre “La Nueva Familia Michoacana” ya no representa a un grupo, como indica la investigación de InSight Crime.
Desde entonces, La Familia Michoacana, reconfigurada, ha crecido en cuatro estados: la región de Tierra Caliente (que conecta Michoacán, Guerrero y el sur del Estado de México), y recientemente ha incursionado en Morelos e incluso ha intentado penetrar algunas alcaldías de la Ciudad de México, como Milpa Alta.
EL CJNG
Durante las estrategias de los gobiernos de Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto nació y se expandió el Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG). La organización, liderada por Nemesio Oseguera Cervantes, “El Mencho”, tuvo sus orígenes en el llamado Cártel del Milenio, de los hermanos Valencia.
“Los hermanos Valencia tienen una serie de sobrinos, los González Valencia. Una de ellas está casada con el propio Mencho; es decir, El Mencho está emparentado con el Cártel de los Valencia, el original, que fue expulsado de Michoacán hace algunos años por Los Caballeros Templarios”, explicó Víctor Sánchez.
El Cártel del Milenio llegó a su fin en la primera década de los 2000, luego de la detención de su líder Óscar Nava Valencia, alias “El Lobo”, en 2009, y del asesinato de Ignacio Coronel Villarreal, alias “Nacho Coronel», en 2010, quien protegía al Cártel del Milenio. Sus remanentes dieron origen al CJNG, inicialmente bajo el liderazgo de Erick Valencia Salazar, alias “El 85”.
En ese entonces, el CJNG operaba como brazo armado del Cártel de Sinaloa para contrarrestar a rivales como Los Zetas. Sin embargo, la alianza duró sólo hasta 2014, cuando el CJNG se independizó del Cártel de Sinaloa, lo que desató una sangrienta confrontación, según una nota informativa del proveedor de asistencia jurídica Global Guardian.
“Oseguera Cervantes ha hecho que el CJNG pase de ser una organización de tráfico de drogas con base regional a una potencia del crimen organizado internacional, involucrada en la producción y distribución de narcóticos en todo el mundo”, acusan autoridades de Estados Unidos.
La rápida expansión del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) provocó que otras organizaciones delictivas, debilitadas o en declive, se aliaran entre sí. Entre ellas destacan el Cártel de Tepalcatepec —liderado por José Farías Álvarez, alias “El Abuelo”—, “Los Viagras” y “Los Blancos de Troya”, con el objetivo de frenar el avance del CJNG en Michoacán. Esta alianza desató una sangrienta y prolongada confrontación en la entidad.
De acuerdo con el libro del investigador Enrique Guerra Manzo, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), el origen de Cárteles Unidos se remonta a agosto de 2019, cuando en Tepalcatepec estalló una ruptura entre el CJNG y el grupo de Juan José Farías Álvarez, “El Abuelo”, que derivó en enfrentamientos armados. Tras esos hechos, distintos grupos del crimen organizado de Michoacán se reagruparon y formaron una nueva federación bajo ese nombre.
A la alianza se sumaron autodefensas de varios municipios —Peribán, Aquila, Coahuayana, Chinicuila, Coalcomán y Los Reyes— que ya combatían al CJNG. “La guerra incesante entre grupos de la delincuencia evita que la población sepa a qué debe atenerse; en ocasiones impera un grupo y en otras su rival. Si bien en casi todo Buenavista Cárteles Unidos tiene mayor fuerza (sobre todo con células de Los Viagras), también hay presencia del CJNG”, señala Guerra Manzo.
Según investigaciones de agencias estadounidenses, Cárteles Unidos está conformado por células regionales como el Cártel de Los Reyes, Los Blancos de Troya, Los Caballeros Templarios y el Cártel de Tepalcatepec, liderado por “El Abuelo” Farías.
El pasado 15 de agosto, el Departamento de Estado de Estados Unidos ofreció recompensas por hasta 26 millones de dólares por información que lleve a la captura de cinco de sus principales integrantes, acusados de producir metanfetamina y fentanilo a gran escala.
Las recompensas incluyen 10 millones de dólares por “El Abuelo”, 5 millones por Nicolás Sierra Santana, “El Gordo”; 5 millones por Alfonso Fernández Magallón, “Poncho”; y 3 millones por Luis Enrique Barragán Chávez, “R5” o “Wicho”, así como 3 millones por Edgar Orozco Cabadas, “El Kamoni”.
En su más reciente evaluación nacional de amenazas, la DEA advirtió que las facciones que integran Cárteles Unidos han cambiado con el tiempo, reflejando las dinámicas criminales en la región.
Uno de los grupos que lo conforman, Los Viagras, fue fundado por Nicolás Sierra Santana, “El Gordo”, y también está encabezado por Heladio Cisneros Flores, “La Sirena”, y César Alejandro Sepúlveda Arellano, “El Botox”, señalado por múltiples asesinatos en la zona.
Los Viagras surgieron entre 2014 y 2016, durante el sexenio de Enrique Peña Nieto, tras enfrentarse a Los Caballeros Templarios. Se establecieron en varios municipios michoacanos y utilizaron al grupo “Blancos de Troya” como su brazo armado.
En su libro, Guerra Manzo documenta que el gobierno de Peña Nieto y el entonces comisionado Alfredo Castillo permitieron que un grupo de autodefensas operara como banda paramilitar bajo el nombre de G250, pese a que varios de sus integrantes ya habían sido identificados como miembros de Los Viagras. “Todo eso fue interpretado como una alianza peligrosa del Estado con un sector del crimen organizado para combatir a otro”, apunta el investigador.
La ruptura de esa alianza, tras la represión del 6 de enero de 2015 en Apatzingán, marcó el resurgimiento de la violencia. “Esos aliados oscuros, en especial Los Viagras, mostraron su músculo para llevar a la Tierra Caliente, la sierra y la costa —e incluso a regiones antes pacificadas— a niveles de violencia mayores que los de la época templaria”, señala Guerra Manzo.
Actualmente, Los Blancos de Troya, identificados en 2025 como brazo armado de Los Viagras, mantienen presencia activa. Aunque en 2024 se les consideraba parte de los grupos que combatían al CJNG, recientemente han formado una alianza con el Cártel Jalisco Nueva Generación, según confirmó la Secretaría de la Defensa Nacional (Sedena) en un boletín oficial y la propia DEA.
El Departamento del Tesoro de Estados Unidos confirmó esta alianza al designar a Los Viagras como organización terrorista el pasado 14 de agosto, señalando que actualmente trafican metanfetamina y cocaína, además de extorsionar a ganaderos y productores de aguacate y cítricos.



