
Por Emilio Ulloa
En tiempos en los que el país exige no solo firmeza sino inteligencia frente al fenómeno de la violencia y el crimen organizado, el gobierno de la presidenta Claudia Sheinbaum ha trazado una ruta distinta: una política de seguridad que combina la prevención social, la tecnología de punta y la coordinación institucional para recuperar la paz desde sus raíces. No se trata de repetir viejas fórmulas de fuerza, sino de construir un modelo integral que devuelva la confianza al pueblo y reconstruya la esperanza en cada territorio. La presidenta Claudia Sheinbaum ha comprendido que la seguridad no puede construirse sobre la base del miedo, sino de la confianza.
El crimen organizado no se combate únicamente con armas o patrullas, sino con oportunidades, educación y presencia del Estado en cada espacio donde antes solo reinaba el abandono. Esa es la diferencia de fondo: su gobierno entiende que la paz no se impone, se siembra.
El enfoque territorial permite mirar al país con sensibilidad y conocimiento. Cada región tiene sus propias dinámicas sociales, económicas y culturales, y por eso la respuesta del Estado debe adaptarse a ellas. No se trata de aplicar una política uniforme, sino de diseñar estrategias específicas que respondan a la realidad local, con la participación activa de las comunidades.
Pero la reconstrucción del tejido social no sería posible sin la tecnología y la inteligencia aplicada. En este nuevo modelo, la información se convierte en la herramienta más poderosa para anticipar, prevenir y desarticular las estructuras criminales.
Ya no se reacciona tarde: se actúa con estrategia, con precisión y con conocimiento. La coordinación entre la Guardia Nacional, el Ejército, la Marina y las autoridades civiles deja atrás los viejos tiempos de competencia institucional; ahora hay cooperación, confianza y un objetivo común: devolverle la tranquilidad al pueblo.
El combate al narcotráfico, piedra angular de la política de seguridad, se aborda desde una perspectiva realista y valiente. La presidenta Sheinbaum ha impulsado una nueva etapa de colaboración internacional, consciente de que ningún país puede enfrentar solo una red criminal que opera a escala global. Su gobierno trabaja para frenar el tráfico de armas que alimenta la violencia y los flujos ilícitos de dinero que fortalecen a las mafias. Al mismo tiempo, México se coloca como un actor propositivo en los foros internacionales, defendiendo la necesidad de una cooperación basada en el respeto mutuo y en la soberanía.
El mensaje es claro: la autoridad debe ser firme, pero también justa. Sheinbaum no busca un Estado que reprima, sino un Estado que proteja, prevenga y transforme. Su compromiso es con la gente, con las víctimas, con quienes han perdido la paz y merecen recuperarla. Frente a la tentación del autoritarismo o la indiferencia, ella propone la ruta del equilibrio: un gobierno que no abdica de su deber de aplicar la ley, pero que también asume su responsabilidad social.
Su política contra la violencia y el crimen organizado no solo enfrenta a los delincuentes, sino que también reconcilia al Estado con su pueblo. Porque al final, la verdadera victoria sobre el crimen no se mide en cifras o estadísticas, sino en la capacidad del país para volver a creer en sí mismo. Y eso, bajo el liderazgo de Claudia Sheinbaum, está empezando a suceder.
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