
Por Luz del Alba Belasko
Bajo el sol tupido de Chiapas, en la región de la meseta comiteca, los muros de lo que fue el casco de la ex hacienda Juncana se alzan como testigos silenciosos de un pasado que se niega a fenecer. Entre sus piedras desgastadas y el perfil de su antiguo granero, aún parece respirar el eco de los frailes dominicos que, siglos atrás, administraron estas tierras y quedaron atónitos ante un prodigio de la naturaleza: mazorcas de maíz que, según la memoria oral, alcanzaban la descomunal longitud de un metro.
Esta no es una leyenda de gigantes, sino el testimonio de la fertilidad de una tierra privilegiada y del saber milenario que la cultiva. Aquel maíz de Juncana, del que hablaban con asombro los cronistas, no ha desaparecido. Es el mismo que hoy, 45 años después de que la comunidad iniciara una celebración en su honor, y 43 después de que esta se consolidara como la Feria del Elote, sigue siendo el alma de una fiesta que rinde tributo a la identidad y al sustento.
La Herencia Viva del Maíz Motozinteco
El maíz que hoy se juzga en Juncana no es una especie distinta, sino una variedad local o «criolla» que pertenece a la raza Motozinteco, endémica del sureste de Chiapas. Pertenece a la especie universal Zea mays L., pero es su adaptación única al suelo, al clima y a la mano del campesino lo que le confiere su carácter especial. Es una variedad de maduración tardía, que requiere entre 95 y 115 días para florecer, un ciclo largo que permite al grano acumular los nutrientes de la milpa, ese sistema sagrado donde crece junto al frijol y la calabaza.
Su grano es dentado a semicristalino, y su color, predominantemente blanco, a menudo se matiza con tintes rosados y anaranjados, como si en cada kernel se conservara un atardecer de la sierra.
La Fiesta: Donde la Tradición Reverdece
Desde hace casi medio siglo, la Fiesta del Elote transforma la solemnidad del antiguo casco de la hacienda en un bullicio de vida. Los campesinos, herederos directos de aquel asombro dominico, son los protagonistas. Entre los acordes vibrantes de la marimba, que llena el aire con sus notas de herencia africana y mestiza, se desarrolla el verdadero corazón de la feria: los concursos.
No es una competencia feroz, sino una ceremonia de respeto y conocimiento. Aquí, los elotes no se miden solo por su tamaño, sino por su excelencia integral, en tres categorías que cualquier agricultor reconoce como fundamentales:
- Califican: Se evalúa la calidad general del ejemplar. Su forma, su textura y la promesa de abundancia que encierra.
- Longitud del elote: Un guiño directo a la legendaria herencia. Aunque ya no se ven mazorcas de un metro, se busca la mayor y más robusta, la que mejor representa el potencial genético de la raza Motozinteco cultivada en Juncana.
- Hileras de los elotes: Se cuenta el número de hileras de granos. Un elote bien formado, con sus hileras apretadas y simétricas, es sinónimo de salud y de una polinización exitosa.
- Sanidad del elote: Quizás la categoría más importante. Se premia la pieza libre de plagas y enfermedades, un testimonio del cuidado y la dedicación del campesino.
Pero la fiesta no sería completa sin la poesía popular. Los «versis» o «bombas» –esos pequeños versos rimados, ocurrentes y a veces pícaros– surcan el aire como fuegos artificiales verbales. Son la voz del pueblo, que con gracejo y sabiduría celebra el amor, la cosecha, la vida comunitaria y, por supuesto, el elote dorado.
En Juncana, la Feria del Elote es más que un evento agrícola o turístico. Es un acto de resistencia cultural, una reaffirmación de que el verdadero granero no es solo el edificio histórico, sino la milpa misma y el conocimiento que se transmite con cada semilla. Es donde el pasado legendario de mazorcas gigantes se encarna en el presente vivo, en el concurso de un agricultor, en el verso de un poeta popular y en el sabor inconfundible de un elote criollo, tostado sobre las brasas, que sigue siendo el oro de Chiapas.




