Opinión
Por: Ismael Carvallo
El Consejo Editorial de la Cámara de Diputados, por la magnífica iniciativa del diputado Brasil Acosta, ha editado recién una antología de la obra política y literaria de Ignacio Manuel Altamirano (1834 – 1893), filtrando su vastísima obra, con la compilación de Acosta mismo, en función de tres bloques principales: Discursos, Poesía y Narrativa.
El propósito de este entrañable proyecto se explica en las palabras introductorias del diputado Acosta, en las que nos cuenta que fue sólo hasta su etapa universitaria en la Universidad Autónoma de Chapingo que le fue dado oír hablar de Altamirano por voz de uno de sus profesores más queridos, habiendo sido a tal grado intensa la impresión que le produjeron las palabras de aquélla conferencia que de inmediato se dio a la tarea de advocar a Altamirano la organización estudiantil en la que participó en la década de los noventa del siglo pasado, y que se bautizó, como no podía ser de otra manera, como Movimiento Estudiantil Ignacio Manuel Altamirano.
“A mí me hubiera gustado haber sabido de Altamirano desde la primaria, pero eso nunca ocurrió sino hasta la universidad”, explica el diputado Acosta: tal es la causa final que persigue esta antología: hacer que un joven o hasta un niño, efectivamente, puedan tener un acceso introductorio y sintético sobre esta figura gigantesca del siglo XIX, que para mí cumple para las letras nacionales lo que Juárez cumplió para la política nacional: le dio contenido, estructura y una pasión instituyente como elemento de proyección hacia el futuro y configurador de nuestra identidad como pueblo, como cultura y como nación con entidad, consistencia y unidad propias. Me parece que también podemos hacer extensivas para él las palabras que para Juárez utiliza la profesora Josefina Zoraida Vázquez, en el sentido de que Altamirano es también, en efecto, un milagro de México.
El día de ayer he podido participar en la presentación del libro en la Cámara de Diputados (Ignacio Manuel Altamirano. Obra política y literaria, Consejo Editorial, 2023), en un emotivo acto en donde contamos con la presencia ni más ni menos que de aquel profesor que tanta influencia hubo de tener en el diputado Acosta y sus compañeros chapingueros: el doctor Pérez Zamorano, que efectivamente volvió a situar en un tono de gran pasión histórica y política al auditorio –abarrotado de jóvenes–, recordando las palabras de Engels según las cuales en todo gran proceso de transformación histórica y política revolucionaria, la propia dialéctica social crea a sus hombres fundamentales necesarios para la conducción, y que es sólo así, como es posible explicar el hecho de que, en un tramo de tiempo tan corto, haya tenido México a una generación de hombres tan extraordinaria y gigantesca como la que la historia clasifica más o menos como la de la Revolución de Ayutla, y en donde se destacan fulminantes Melchor Ocampo, Benito Juárez, Ignacio Ramírez, Guillermo Prieto o, en efecto, Ignacio Manuel Altamirano (recomiendo ampliamente a estos efectos la trilogía Patria, de Paco Ignacio Taibo II).
Cumpliendo la consigna de la que habló Rubén Darío según la cual todo gran hombre de letras debe de verse abocado en su andadura vital alrededor de las tres P: la Poesía, el Periodismo y la Política –a lo que yo añadiría una cuarta, la del Profesorado–, la de Altamirano, según nos dice el diputado Acosta, fue una obra ‘de grandísimos alcances y floreció igualmente en la literatura política como en la narrativa y en la poética, a veces rompiendo y transgrediendo sus fronteras, símbolo de la literatura moderna en la que se implantó’.
Ante el avance chocante y torpe del predominio de los expertos y los tecnócratas envanecidos, el tono general de la presentación se resume en un deseo compartido por todos: Ignacio Manuel Altamirano es el ejemplo de lo que un buen mexicano debe de ser, y la implantación nacional perfecta de la divisa estoica de la universalidad de intereses, la imperturbabilidad del alma y la ausencia total de vanidad.