Una Pregunta sin Respuesta

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Por Sabino Zetina Fuentes 

Desde el interior de la casa, se escucha la voz de la esposa de don Marcelino con un tono enérgico: 

–!Ve al mercado antes que se haga más tarde, vas a traer la fruta que hace un momento te dije y no se te vayan olvidar las cuatro varas de caña, mientras, sigo adornando la ofrenda!–dice su esposa.

Don Marcelino está a punto de negarse en ir, pero no hay nadie más quien vaya,  desde hace tiempo están  solos en casa,  viven el síndrome del nido vacío; va como quien dice, a regañadientes. Mientras camina de manera apresurada en las calles inclinadas y empedradas, escucha el repique de las campanas de la iglesia  que anuncian la llegada de las almas de los difuntos; de vez en cuando va repasando en voz baja la lista de la fruta que debe comprar.

Al entrar al mercado se abre paso entre empujones y pisotones. Unas personas salen del mercado con chiquihuites, canastas o bolsas colmadas de frutas, llevando consigo entre sus brazos manojos de flores de nube, cempachúchitl y alelí entre otras. Se escucha el grito de las vendedoras con la clásica expresión: ¡pásele marchante, tenga la prueba, pásele! En la medida que don Marcelino avanza al interior del mercado, percibe una combinación de aromas; las que sobresalen, es el aroma de la guayaba y del copal, quedándose impregnado en la ropa de la gente que va pasando por los puestos. Don Marcelino hace un esfuerzo para poder divisar el puesto de cañas, porque su esposa más de una vez le insistió que no se le fueran a olvidar.

Camina entre los puestos preguntando precios y comprando la fruta que debe llevar a casa; a lo lejos logra ver el puesto de cañas, trata de apresurar el paso para llegar hasta allá, pero se topa con la gente en el ir y venir. Al llegar al frente del puesto, lo recibe un señor con un sombrero de palma a media frente y un infante de unos ocho años de edad.

–Mientras yo atiendo a estas personas, tú atiende al marchante que acaba de llegar –Le ordena al infante.

Con esta orden el niño dice:

–Pásele marchante! ¿Qué le voy a dar? –Pregunta el niño.

Don Marcelino no responde, más bien clava la mirada al montón de varas de cañas que están recargadas en una camioneta, que por el modelo ya debería estar en algún deshuesadero. Con una voz de mando dice: 

–Dame cuatro varas de cañas, como esa que está allí, (señalando con su dedo índice, la caña más alta)

–Pero lo más rápido que puedas, que llevo prisa! –Vuelve a ordenar el marchante.

El niño trata de identificar la vara de caña que el señor sigue señalado.

–¿Ésta? –responde el niño.

–Sí esa! –afirma el comprador.

–Quiero otras tres del mismo tamaño! –Dice Don Marcelino.

El niño hace su mejor esfuerzo para complacer al señor que estáatendiendo, después de un momento de búsqueda el niño se da por vencido diciendo:

–Ya le quedé mal! porque no todas las cañas vienen del mismo tamaño, porque a ver dígame.

–¿Usted tiene los dedos de su mano del mismo tamaño?

–Preguntó el niño–

Al escuchar esta pregunta, don Marcelino se quedó mudo y desconcertado, por un momento no pudo responderle al niño, solo tuvo palabras para decirle:

–¡Dame las que ya escogiste! –vuelve a ordenar–.

De regreso a casa, don Marcelino carga la bolsa de frutas y de vez en cuando observa las cuatro varas de cañas que lleva cargando en el hombro. Al mismo tiempo, va recordando la pregunta que le hizo el niño con una sonrisa entre labios y moviendo la cabeza de un lado para otro.

Frida C.


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