La Revolución No Violenta II

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Secreto a Voces

 

Por Rafael Alfaro Izarraraz

Ya hemos expresado que la palabra revolución tuvo sus antecedentes en las experiencias que en el pasado vivieron lo que en nuestros tiempos podríamos llamar científicos, entre ellos Nicolás Copérnico con su obra: De revolutionibus orbium coelestium. “Con esa palabra se describía el movimiento rotatorio de las estrellas” (Arendt, 2006, p. 55). De igual manera, expresamos que el término revolución hizo referencia, durante la Ilustración, a un sentido (no astronómico) sino social. Que la revolución, conceptualmente, debería entenderse en el contexto del surgimiento de la sociedad industrial moderna, enmarcada en el progreso ascendente, en donde la revolución (aún mediante el uso de la violencia) se justificaba a partir de dar un “salto hacia adelante” desde el punto de vista socio humano.

    Desde el punto de vista histórico, la palabra revolución tiene su antecedente en el texto sobre La Política de Aristóteles. Aunque existe una multiplicidad de factores que la ocasionan y siempre tienen un objetivo: lo más relevante es que para el filósofo helénico el origen del concepto de revolución en la historia se encuentra en las desigualdades sociales entre otros factores porque no es el único. “Tal es la causa general, y también puede decirse que el origen de las revoluciones y de las turbulencias que ella ocasiona…”Y más agrega: “… cuando no tienen ninguna compensación los que son víctimas de ella”… “… y en general puede decirse que las revoluciones se hacen para conquistar la igualdad…” (Ver La Política). En general implica que lo viejo desaparece y emerge algo nuevo (Arendt, 2006).

   Ahora bien, y esto ya es parte de los resultados del pensamiento filosófico moderno, es que la revolución, la disputa por la igualdad, implícitamente implica actos de violencia de quien la inicia y de quien la resiste porque se ha deducido una reacción calculada: cuando una clase o grupo hegemónico, al interior de la sociedad, ve amenazada su existencia no dudará en hacer uso de la fuerza más brutal contra los enemigos que desean destronarle,  es una frase realmente terrible y atemorizante (Adolfo Sánchez Vásquez citado por Ponce López, José Ignacio. (2015). ¿ Una revolución pacífica y armada? Cambio, conflicto, violencia social y política durante la revolución bolivariana de Venezuela, 1989–2006. Estudios Políticos). De ahí que el concepto en el que más se coincide en la definición de revolución es aquella que plantea un cambio en un grupo por otro sino también la modificación de las estructuras políticas y sociales (Hebert Marcuse, aunque no es el único que la define así). 

    El punto es que tanto las guerras como las revoluciones, dice Arendt (Ver: Sobre la revolución, 2006) están siempre impregnadas de una más o menos dosis de violencia. De manera particular, la autora destaca que la revolución es obra de la modernidad en tanto que la guerra tiene su antecedente en épocas premodernas. La violencia que acompaña a la guerra y la revolución es considerada como un elemento inherente a la vida del género humano. La política tuvo como origen el atenuar esa condición humana (Ver Arendt, ¿Qué es la política?, 2016) aunque sus resultados durante la época en que elaboró esos trabajos (en la década de los años cincuenta), consideraba que el factor violencia aunado a la tecnología había inutilizado a la política.

    La historia la escriben los vencedores que la normalizan. La idea de que el ser humano está asociado a la violencia y la humanidad a una especie de maldad, únicamente ha servido para justificar la existencia de un mundo en el que los que poseen los instrumentos tecnológicos para la aplicación de la violencia los usen como si fuese algo natural. Los habitantes de las naciones periféricas no debemos aceptar esa idea occidental del ser humano asociado a la violencia, impregnando de una cierta maldad a la humanidad, porque eso implica interiorizar creencias que surgieron históricamente y que son válidas para una cultura centroeuropea y de quienes se sienten sus herederos como los EU. Esas ideas son productos históricamente creadas por quienes han resultado o son quienes dominan el orden mundial.

    Debemos negarnos a aceptar que el género humano es punto de partida de la violencia pasada y presente como lo asevera Freud (el instinto de muerte) o se desprende de las teorías darwinianas de la selección natural, como suele decirse con ligereza que la violencia constituya nuestro ADN o que exista como parte de la historia natural de un tipo de sociedad precivilizada, preestatal, como asegura Hobbes. Si la violencia existe en las relaciones humanas y más allá de ellas es porque las creencias sobre violencia es resultado de la historia y no algo autoengendrado genéticamente por la existencia misma de los seres humanos. Historia social y existencia son cosas distintas. Que, como dice Rousseau, el hombre nace bueno pero la sociedad lo transforma en malo, es ya un acercamiento (aunque me parece más acertado el planteamiento de Nietzsche) al planteamiento que nos marca un puente hacia donde deseamos llegar: las revoluciones pacíficas.

   Pero aquí debemos precisar que si bien es cierto puede considerarse que una fuente, entre otras tantas, de esa violencia son las desigualdades sociales (Aristóteles, La Política), lo que justifica históricamente las revoluciones y el uso de la violencia, incluidos aquellos que como diría Fanon, son los condenados de la tierra, igualmente también existe otra historia que no es precisamente esa y que no debemos olvidar. Pensadores como Nietzsche han cuestionado la idea de que el ser está impregnado de sustancias no importa cuáles sean, más allá de que se trata de un filósofo de la aristocracia. Ha considerado al ser humano más bien como un proyecto, es decir, no existen certezas acerca de lo que él es y nada está escrito acerca de lo que será. Lo anterior no significa que el ser humano sea una hoja en blanco, por supuesto que no, su cuerpo y mente refleja las marcas de su historia como dominación.

    La aparición de la bomba nuclear ha modificado todo o casi todo en referencia a las guerras, como dice Arendt (Ver: Acerca de la violencia) porque los países que cuentan con este tipo de armamento han llegado al punto en el que las batallas, sobre todo en el caso de las guerras, no tendrían un ganador porque nadie resultaría triunfador en el caso de llegar a activar el arsenal nuclear que Rusia y EU poseen. Si las guerras provocan revoluciones o las revoluciones guerras, lo cierto es que la humanidad vive un momento especial en el que la violencia ha escalado a niveles en el que la humanidad debe poner punto final a ese proceso que no lleva otro camino que no sea la extinción de la vida en el planeta. Las recientes amenazas entre Rusia y la OTAN es realmente algo que no debemos pasar por alto. 

    Hasta hace poco la existencia de una matriz de violencia humana traducido en guerras y revoluciones, pero que se justifica en un supuesto origen inherente al ser humano, se ha utilizado para justificar todo tipo de atrocidades que por lo general apuntan a invasiones de naciones débiles militar y económicamente hablando así como a segmentos de la población (las clases sociales si se prefiere), excluidos de lo que se llama la modernidad. Cuando emerge este sentido de la revolución como remedio de las desigualdades, también aparece el pensamiento científico que legitima la violencia como parte del ser y convierte a la técnica en anuladora de la política debido a la amenaza nuclear que restringe las antiguas estrategia militares terrestres ahora digitalizadas. Los drones que podrían llevar el “pedido” a nuestras casas también puede servir para destruir vidas humanas y centrales eléctricas, si la guerra lo amerita.

    De Arendt a nuestros días ha transcurrido más de medio siglo, es pertinente revisar las teorías sobre la revolución y la violencia. (Continuará).

 

raizarraraz@gmail.com

Frida C.


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